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Actualizado: 3 de septiembre de 2025


Si te escuchase, jamás haría otra cosa que dejarme arrastrar en el curso ocioso de la deleitación discursiva. Dime, en resolución, cómo he de describir la Rúa Ruera, y que te plazca la descripción. No describiéndola. Busca la visión diafenomenal. Inhíbete en tu persona de novelista. Haz que otras dos personas la vean al propio tiempo, desde ángulos laterales contrapuestos.

Al llegar a la acrópolis, o parte alta de la ciudad, cuya calle más antigua y señalada es la Rúa Ruera, Lirio dijo, haciendo descompuestos ademanes de entusiasmo: ¡Qué calle más hermosa! ¡Qué calle tan horrible! corrigió Lario, frunciendo un gesto desabrido. Añadió: ¡Qué calle tan absurda! Por eso es hermosa.

Venía volada por la calle, y él detrás, detrás. ¡Qué asiduidad! ¡Qué perseverancia! ¡Ay! Déjenme ustedes que repose y tome aliento. Aquella criatura facunda y versátil, especie de andrógino reseco y sin incentivo, vivía en la Rúa Ruera, y se llamaba Felicita Quemada.

Por mucho que lloviese, Novillo no dejaba de venir a la Rúa Ruera, bien provisto de chanclos de goma, polainas de cuero, un impermeable con capucha y, además, un paraguas abierto. Se guarecía en un portal, y allí montaba la centinela a la soberana de su corazón. ¿Qué habría sucedido ahora?

Fué por entonces cuando Martínez, antiguo oficial de Belarmino, abrió, en la Rúa Ruera, hacia la cual parecían sentir querencia todos los zapateros, un establecimiento de calzado mecánico, «La Solidez», con género de Mallorca, de Almansa, de Barcelona, y anunciaba una remesa de los Estados Unidos.

La Consumida jamás hablaba de otra cosa. Novillo jamás hablaba de ellos, y si se los mentaban, sentíase gravemente ofendido. Los vecinos de Rúa Ruera y de la ciudad tomaban por lo cómico aquellos amores, y a Novillo, acaso por su edad, quizás por su corpulencia, tal vez por satírica suspicacia, le sobrenombraban el Buey.

Y ahora se me representa en el recuerdo la imagen de Belarmino, zapatero filósofo, que vivía también en Rúa Ruera, tipo casi fabuloso, al cual pertenece precisamente la anterior teoría sobre las palabras: «La mesa, decía, se llama mesa porque nos da la gana; lo mismo podía llamarse silla; y porque nos da la gana llamamos a la mesa y a la silla del mismo modo cuando las llamamos muebles; pero lo mismo podían llamarse casas; y porque nos da la gana llamamos a los muebles y a las casas del mismo modo cuando los llamamos cosas.

Palabra del Dia

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