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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Se le refrescó de tal modo al buen caballero en aquel momento la memoria de su padre, que parecía que le estaba viendo, y oyéndole el metal de voz. A su madre no la había conocido, porque murió siendo él muy niño. Y una tarde, al revolver la calle Imperial, se perdieron, es decir, se perdió ella, y él por poco se muere del susto.

Baste decir, gentleman, que hemos tenido buques de guerra más grandes que la barca que le trajo á usted; navíos con cien piezas de artillería iguales al revólver que le sacamos del bolsillo, ó tal vez mucho más grandes, y llevando tres mil ó cuatro mil hombres de tripulación.... En fin, verdaderas islas flotantes.

Luego, trompicando en la obscuridad con los muebles y las paredes se dirigió al cuarto de su hermana. Se hallaba en tinieblas. Vaciló un instante en llamar: mas de repente se le ocurrió seguir adelante pensando que Ventura no podía delinquir tan cerca de ella y las niñas. A los pocos pasos, al revolver la esquina de un pasillo vió claridad. Corrió hacia ella.

Pues ahí era nada: Maximiliano había comprado un revólver... ¿pero quién diablos le dio el dinero? Descubriolo la señora por una casualidad... Le dio el olor, al verle entrar con un bulto entre papeles. Lo peor del caso fue que no pudo quitárselo.

Ella, puesto un dedo en el gatillo, le contempló fijamente. Se adivinaba su familiaridad con el arma que tenía en la mano. No debía ser la primera vez que la sacaba á la luz. La indecisión del marino fué breve. Con un hombre, su garra se hubiese apoderado de la mano amenazante, torciéndola hasta romperla, sin que le inspirase miedo el revólver.

Los cartuchos con bala, toscamente preparados la noche antes por ellos mismos, los llevaban sueltos en los bolsillos del lástico, y los pistones a granel en las faltriqueras del pantalón: todo seguro y a la mano, como ellos decían. Yo les sacaba de ventaja el revólver y un cañón en la escopeta.

Le volvió la espalda, al mismo tiempo que desaparecía de su mano el revólver. Antes de alejarse murmuró varias palabras que no pudo entender Ferragut, mirándole por última vez con ojos despectivos. Debían ser terribles insultos, y por lo mismo que los profería en un idioma misterioso, él sintió más profundamente su menosprecio. No puede ser... Se acabó, ¡se acabó para siempre!...

¡Era para él! ¡Venían a retarlo a la puerta de su vivienda!... Miró fijamente su escopeta; se llevó la diestra a la faja, palpando el metal del revólver, tibio por el contacto del cuerpo; dio dos pasos hacia la puerta, pero se detuvo y alzó los hombros con una sonrisa de resignación.

Llevaba gorra pellejera, larga chaqueta azamarrada con grasientos alamares negros, pantalón de pana y botas blancas de montar, con recias espuelas de hierro; pendiente del cinto un sable, y entre los pliegues de la faja morada y burda asomaba la culatilla de un revolver de reglamento.

Sus mejores amigos habían llevado el cadáver hasta un muelle del Neva, colocando un revólver al lado para que la policía admitiese la hipótesis de un suicidio. No; don Marcos no gustaba de estas fiestas nocturnas. Las consideraba peligrosas.

Palabra del Dia

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