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Actualizado: 11 de julio de 2025


Sin previo saludo ni la más leve inclinación de cabeza, ni hacer caso alguno de su acompañante, ésta le puso la mano en el hombro, diciéndola: Tenga usted la bondad de escuchar una palabra. María Estuardo empalideció, titubeó unos instantes, y por fin dijo con firmeza y ademán orgulloso: Nada tengo que hablar con usted. A quien deseo ver es al dueño de la casa, al duque de Requena.

Los convidados se sentaron en medio de una agitación entre placentera y angustiosa, que se revelaba en sus caras risueñas y pálidas a la vez. Los criados, correctamente vestidos, ocupaban sus puestos como si se hallasen en el palacio de Requena.

Hoy son lo que arriba se ha dicho, sin ánimo, por supuesto, de ofenderlas. Después de pertenecer al marqués de Dávalos y a otros tres personajes, sin perjuicio de los devaneos furtivos que se autorizaba, vino al poder del duque de Requena, o éste al poder de ella, que es lo más exacto.

En poco estuvo que no se desvergonzase con aquel mequetrefe; pero el temor de la cárcel la contuvo. Sin embargo, a pesar de su paciencia, no estuvo en mucho que fuese. Si no llegan a la sazón el duque de Requena y Rafael hubiera sido más que probable. Salabert entró resoplando como de costumbre. A este resuello debía, quizá, parte del respeto que en todas partes inspiraba.

¡Qué importa! ¿No sabe usted el secreto de hacerle ceder?... Telegrafíe usted a Liverpool y antes de quince días el frasco de azogue baja desde sesenta a cuarenta duros. El duque de Requena había formado por iniciativa y consejo de Llera, hacía cuatro años, una sociedad o sindicato de azogues con el objeto de acaparar todo el mercurio que saliese al mercado.

El duque de Requena, el célebre banquero que tuvo atentos y admirados durante veinte años a los negociantes españoles y extranjeros, el hombre que había dado tanto que decir al público y a la prensa, pasó muy pronto a ser en el palacio de Osorio un trasto inútil y despreciable.

¡Cómo! ¿Un pliego? exclamó lleno de asombro, abriendo desmesuradamente sus grandes ojos saltones . ¿Quién les ha contado semejante patraña? No es patraña: yo mismo he visto su firma de usted dijo uno de ellos, el marqués de Arbiol. ¿Mi firma? No puede ser. Amigo Salabert, le digo a usted que yo mismo he visto la firma: "Antonio Salabert, duque de Requena" replicó Arbiol con firmeza y muy serio.

Desgraciadamente este lápiz negro que tenía siempre en la mano para tiznar el rostro de la humanidad, se empleaba con resultado positivo en bastantes ocasiones. El duque de Requena ni tenía sentido moral ni nunca lo había conocido.

Palabra del Dia

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