United States or Western Sahara ? Vote for the TOP Country of the Week !


Yo me complacia, hijo del Nuevo Mundo y republicano, en recorrer aquellos bosques tupidos y suntuosos, aquellas alamedas perfumadas, aquellos jardines repletos de fuentes, estatuas y primores.

Los periódicos siempre le nombraban así: «Nuestro prelado, el sabio naturalista, de fama universal, que ha descubierto tantos insectos.» Y el diario republicano ponía invariablemente esta glosa: «Si nuestro prelado, en lugar de descubrir tantos insectos, hubiera descubierto un buen insecticida, se lo agradecería más la Humanidad y la Ciencia y ostentaría una fama mejor conquistadaEra un cacique, tenía el cráneo como una bola, faz sombría y concupiscencias políticas.

Yo también soy aprendiz filósofo. eres un celebro vulgar. Me resigno. Ahora explícanos lo de las cuatro paredes. Eso es el ecuménico. ¿En dónde estamos? En una habitación. ¿Qué es esta habitación? Un cuadrado. ¿Y qué es este cuadrado? Un círculo: el Círculo republicano. La cuadratura del círculo. Por eso la república es el ecuménico.

La intromisión del Círculo republicano en la barriada eclesiástica traía muy desasosegados al obispo, a los Jilgueros, a todo el cabildo y a la tropa menuda clerical que allí avecindaba. Siempre que había reunión en el Círculo, salían los asistentes lanzando gritos inflamatorios, cuando no blasfematorios. Por fortuna, el Círculo tenía poca cabida.

Y muy grande, respondí, semejante costumbre es nociva, y yo deseo que concluya cuanto antes esta guerra, para que el legislador escoja una manera de formar nuestro ejército sobre bases más conformes con nuestra dignidad y con nuestro sistema republicano. Pues bien, continuó el cura.

De la colectividad fabril nació la confraternidad política; a las cigarreras se les abrió el horizonte republicano de varias maneras: por medio de la propaganda oral, a la sazón tan activa, y también, muy principalmente, de los periódicos que pululaban. Hubo en cada taller una o dos lectoras; les abonaban sus compañeras el tiempo perdido, y adelante.

Antes de concluir la comida, don Guillén se había granjeado la confianza y la simpatía de todos; y a tal extremo llegó la confianza, que don Celedonio se atrevió a dispararle a boca de jarro esta pregunta: ¿Cree usted en Dios? ¿Cree usted en la república? interrogó a su vez don Guillén, sin inmutarse. Como republicano que soy. Yo, como sacerdote que soy, soy creyente.

Son del club republicano de allá. Buenos chicos. El grupo se disolvió; al mismo tiempo, la siniestra figura de Tres Pesetas cruzaba por la calle, unida á la no menos desapacible de Chaleco. Del grupo salieron tres jóvenes de los que hablaron anteriormente. Eran tres mancebos como de veinticinco años.

Con este último había tenido, indudablemente, cierto trato, cuando el futuro gobernante de la República andaba echando sus discursos de tribuno republicano por los cafés del Barrio Latino. Al grandioso poeta lo había visto una vez nada más, confundido en una comisión de estudiantes que fué á saludarle á la vuelta de su destierro en Guernesey.

Porque Juan era la inconsecuencia misma. En los tiempos de Prim, manifestose entusiasta por la candidatura del duque de Montpensier. «Es el hombre que conviene, desengañaos, un hombre que lleva al dedillo las cuentas de su casa, un modelo de padre de familia». Vino D. Amadeo, y el Delfín se hizo tan republicano que daba miedo oírle. «La Monarquía es imposible; hay que convencerse de ello.