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Actualizado: 6 de junio de 2025


Un tarro de betún superior cada quince días no era bastante para el consumo de sus botas, gastando mucha parte de la mañana y de sus fuerzas físicas en ponerlas relucientes como un espejo, y aun así no estaba contento.

Colocaos nuevamente vuestro grasiento sombrero sobre vuestro cráneo pelado, enjugaos las gotas de sudor que brillan sobre vuestros rojos carrillos, como el rocío sobre dos peonías en flor, y haceos quitar cuanto antes las manchas relucientes de vuestro respetable traje negro! Pero el buen hombre estaba demasiado emocionado para entrar en funciones sin demora.

Las matronas de «la busca» pasaban erguidas sobre sus rucios, arreándolos con la vara, ondeando detrás de su espalda las puntas del rojo pañuelo, con la cara tiznada de churretes, los ojos pitañosos por el alcohol, y en las negras manos una doble fila de sortijas falsas y relucientes, como adornos africanos.

Luego, en el lado opuesto, dio el mismo consejo con voz queda y ojos relucientes de entusiasmo. «A los pies, compañero. Tírele a los pies, y le mete la bala en la barriga. Yo algo de esto...» Los dos le agradecieron su bondadosa indicación con un leve saludo.

Aspirando la una, podían pasarse «las horas muertas» contando las pedrezuelas relucientes del fondo de la otra. ¡Placer bien primitivo y candoroso ciertamente! Pero era un placer, al cabo, para quien no había hallado otro equivalente entre los refinados artificios del mundo; y por eso sin duda, le daba ya tan alto precio en aquellas bravías soledades.

Lucía, a su vez, comparaba su casa de León, antigua, maciza, y lóbrega, con aquella vivienda, donde todo era flamante y gentil, desde los encerados relucientes pisos hasta las cortinas de cretona azul rameadas de campanillas rosa.

Canoas poco más grandes que artesas iban tripuladas por muchachos desnudos, de color de chocolate, relucientes con el agua que se escurría de sus miembros.

Los brillantes escuadrones de las dos grandes órdenes militares se adelantaron en formación perfecta, y cuando ya los arqueros preparaban sus armas vieron con sorpresa que sus enemigos se detenían, blandiendo lanzas y espadas, y que de sus filas se adelantaban dos guerreros armados de punta en blanco, caladas las viseras y con grandes penachos blancos que sobre los relucientes yelmos ondeaban al viento.

En este encantador recinto espléndidamente iluminado, en cien mesitas relucientes con la mantelería, el cristal y la plata, siéntanse centenares de hombres y mujeres elegantemente vestidos, y de esta manera aumentan la animación y brillantez de la escena, pudiendo decirse, sin exageración, que en ningún otro punto ha contribuido la naturaleza a producir un templo más digno de los discípulos de Epicuro.

Los guijarros relucientes están alineados a lo largo de la playa; el mar se extiende como una sabana azul bajo el riente cielo; a lo lejos se ven cruzar las velas blancas, y sobre la escollera las parisienses abren sus sombrillas de color de rosa.

Palabra del Dia

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