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Actualizado: 21 de septiembre de 2025
Estoy dispuesto a admitir que usted dejaba sin respuesta las cartas de algunos de sus compañeros, no por falta de celo, sino por ayudar a otros. Alejandra Natzichet, por ejemplo, le ocupaba a usted mucho... La mirada del Príncipe relampagueó. No hable usted así, dijo sordamente. ¿Y por qué no quiere usted que hable?
Después trataba de reanimarla imprimiendo largos, apasionados besos en su rostro de alabastro. Al fin se entreabrieron sus ojos, contempló con extraña fijeza al conde y relampagueó en ellos una dulce sonrisa. ¿Eres tú, Luis? Sí, vida mía, yo soy. ¿Adónde me llevas? Donde tú quieras. Llévame lejos, ¡muy lejos!... Llévame a tu casa... Llévame aunque no me des de comer.
Llovía y hacía mucho frío. Al principio sólo vi calles fangosas, aceras mojadas que relucían al resplandor de las luces de las tiendas, el rápido y continuo relampagueo de los carruajes cruzándose, salpicándose de lodo, una infinidad de luces chispeantes, como alumbrado sin simetría en largas avenidas formadas de casas negras cuya altura me parecía prodigiosa.
Un grupo de oficiales de Infantería y Caballería ocupaba un banco entero, y el sol parecía concentrarse allí, atraído por el resplandor de los galones y estrellas de oro, por los pantalones rojo vivo, por el relampagueo de las vainas de sable y el hule reluciente del casco de los roses.
Algunas más atrevidas respondían con otra mueca de burla que alborotaba a los maleantes jóvenes y les hacía prorrumpir en sonoras carcajadas. Pasaban rozando los cristales. El relampagueo de sus miradas, cándidas y maliciosas a la vez, alegraba el corazón e inclinaba la mente a suaves y felices imaginaciones. No es fácil ser pesimista en Sevilla.
Al cruzarse una vez más la mirada de ella con la de Ferragut, éste creyó sentir el golpe en el corazón y el relampagueo en el cerebro que acompañan á un descubrimiento fulminante é inesperado... Conocía á aquella mujer; no recordaba dónde la había visto, pero estaba seguro de conocerla. El rostro no decía nada á su memoria, pero aquellos ojos se habían encontrado otras veces con los suyos.
Y en cien combates de eternal memoria, Do la ciudad se coronó de gloria Relampagueó su acero vencedor, Y el entusiasmo puro en que en él ardía Á sus valientes hijos infundía Entre el silvo del plomo matador. Hermosa cual su vida, fué su muerte: Con el aliento varonil del fuerte Peleando por la patria sucumbió.
Mirándola se creía ver un relampagueo de reflejos temblorosos, como los que produce la luz sobre la superficie del agua agitada. Aquella débil criatura, en la cual parecía que el alma estaba como prensada y constreñida dentro de un cuerpo miserable, se ensanchaba y crecía maravillosamente al hallarse sola con su amo y amigo.
Palabra del Dia
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