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El vecindario se refugiaba en ellas cuando las humaredas de los vigías avisaban un desembarco de piratas de Argel. Siguiendo las sinuosidades del promontorio, existía una fila de torres rojizas, cada una de ellas con otras dos iguales á la vista. Esta fila se prolongaba por el Sur hasta el estrecho de Gibraltar y por el Norte llegaba á Francia.

La posición de Morsamor y de los suyos parecía inexpugnable, merced a su desesperada resistencia y a la consternación de unos contrarios sin caudillo. Pronto, no obstante, se rehicieron estos, fiados en su muchedumbre y aguijoneados por la vergüenza y por el deseo de que la muerte de Balarán no quedase impune. No era como el alcázar de Benarés el edificio en que Morsamor se refugiaba.

Esta calumnia, inventada por los enemigos de su padre, era lo que más enfurecía á los muchachos. Los dos mayores, abandonando á Pascualet, que se refugiaba lloriqueante detrás de un árbol, agarraban piedras y entablábase una batalla en medio del camino.

Así como en la infancia se refugiaba dentro de su fantasía para huir de la prosaica y necia persecución de doña Camila, ya adolescente se encerraba también dentro de su cerebro para compensar las humillaciones y tristezas que sufría su espíritu. No osaba ya oponer los impulsos propios a lo que creía conjuración de todos los necios del mundo, pero a sus solas se desquitaba.

Y el mismo día de la vuelta á Bilbao, él, al escritorio, á ganar dinero, ó al club, para vivir entre hombres solos, dejando á la mujer entregada para siempre á las amigas. Y la mujer se refugiaba entre las de su sexo, sin más diversiones que el visiteo y el exhibir trajes y alhajas para envidia de las compañeras, pues hasta la faltaban ocasiones de lucir su riqueza.

Aquella actitud contrastaba de tal modo con su habitual solicitud para mirarle, responderle y sonreírle, que no podía menos de notarse la diferencia. Supuse que se refugiaba en aquella insensibilidad aparente por orgullo y para no denunciar su pena por la partida de Lautrec.

Lo que más le desagradó fue saber que en el baile había bebido dos o tres refrescos. Era Duhamel un vejezuelo chico y apergaminado, en quien la vida se refugiaba en los ojos relucientes y perspicaces. Pelicano y cejicano, lucía todos sus dientes, largos y rancios como teclas, con el frecuente sonreír.