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Herminia lanzó un gran suspiro y después dijo con voz firme: ¡Partamos! ¡Ah! ¡Qué dichoso soy! Herminia le dirigió una mirada que probaba que aquella exclamación de alegría recompensaba su esfuerzo. En este momento entró Roussel. Hijos míos, es preciso volver al salón. Os buscan por todas partes y ya he tenido que impedir á Bobart que viniera á interrumpiros ... ¿Estáis de acuerdo?

Verdad también, que, raro era el testador de regular posición social, que no recompensaba los servicios que sus esclavos le habían prestado «ahorrándolosesto es, concediéndoles plena libertad y hasta otorgándoles mandas ó legados para atender á su sustento.

Le llevaba bombones, le contaba cuentos y le prodigaba esas pequeñas atenciones a las que una mujer no se muestra nunca insensible. Germana no despreciaba aquella buena amistad, paternal en la forma, menos paternal no obstante que la del doctor Delviniotis. Recompensaba también con una dulce mirada al capitán Bretignières, aquel excelente hombre al que no faltaba más que una pluma en el sombrero.

Siempre serena, discreta, resuelta, me animaba a luchar; y cuando estaba satisfecha de , es decir, cuando yo me había destrozado el corazón para forzarle a latir más despacio, me recompensaba con frases calmantes que me hacían verter lágrimas o con expresiones consoladoras que valían una caricia.

No le contesté en atención a que me lo rogaba. «Le haré a usted compañía desde lejos me escribía, tanta como me sea posible.» Y durante todo el tiempo que duró su ausencia, con intervalos regulares puso la misma paciencia en escribirme; así me recompensaba por mi obediencia al no seguirla.

Había, por lo menos, un quintal de tan precioso metal, que tanto abunda entre las arenas de los ríos papúes. Era una verdadera fortuna, que les recompensaba largamente de la pérdida del junco y del trépang. Cuatro días después la Batanta desplegaba velas, y una semana más tarde llegaba a Timor ante la factoría del armador chino.

Además, se presentaban en el Casino á primera hora, para ocupar los mejores sitios en las mesas, y luego cedían su silla á un jugador rico, cliente fijo, que las recompensaba con generosidad si le favorecía la suerte. Aún tuvo otros encuentros. Pasaron junto á él unas cuantas viejas, pero de una vejez incapaz de arrostrar el aire libre y la luz del sol.