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Ahora estudiemos al poeta por el lado de la seriedad. Generalmente se le considera como un hombre frívolo, que pasa su vida contando sílabas en vez de contar patacones, y que malgasta todo su talento en producir ficciones, en vez de llevar á cabo realidades. Distingamos. Hay dos especies de poetas: unos que se llaman objetivos y otros que llamaremos sugestivos.

Es un espectáculo tierno y conmovedor el que presenta una joven honesta, que ha llegado a una época de la vida mundana, casi inevitable, luchando en su agonía, y expuesta a caer de un momento a otro, de un exceso de idealismo, a un exceso de realidades. A más de los filósofos, hay siempre un buen número de curiosos dispuestos a seguir con interés está especie de pequeños dramas.

Y en un sublime exceso de su amor inmortal, mi madre fué la única mujer que un sacro beso depositó en las ruinas de mi carne mortal. De la Laguna, como Rizal y Cánon. Nació el 15 de Mayo de 1890. Interno con jesuítas y dominicos, se graduó de perito mercantil. En talante de poeta, tuvo una primera juventud inquieta y romántica, aunque al fin le sujetaron las realidades de la vida.

En una vida tan falsa como la suya, el dolor más indecible consistía en que las realidades que nos rodean, destinadas por el cielo para sustento y alegría de nuestro espíritu, se veían privadas de lo que constituye su propia vida y esencia. Para el hombre falso, el universo entero es falso, impalpable, y todo lo que palpa se convierte en nada.

Al frente de una hoja escribió esperanzas y al frente de la otra realidades, y así, debajo de aquello que sin duda esperaba, como debajo de aquello otro que al parecer poseía, comenzó a amontonar guarismos que formaban números y estos a su vez sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, que se confundían en caos aritmético, y vinieron a producir al cabo en la columna de las esperanzas, bajo una raya horizontal, esta cifra preñada de misterios: Doscientos mil duros y una cartera.

Maltrana, años después, al percatarse de las realidades de la vida, había reconstituido la vulgar aventura de su madre, juzgándola con benevolencia. La pobre mujer, en su soledad, se había sentido atraída por «el vecino» infeliz, solitario como ella. Las dos desgracias se habían juntado. Además, ella necesitaba un arrimo, según declaró a su hijo poco antes de morir.

Cosas más inmediatas y mediocres, realidades ineludibles, iban a asaltarlos tan pronto como descendiesen en el muelle terminal. De aquel negocio se decían con mentida sonrisa ya hablaremos en Buenos Aires. Tiempo nos queda... Habrá que pensarlo bien, porque tiene sus dificultades.

Capítulo II Liquidación «Isidorita Rufete, ¿conoces el equilibrio de sentimientos, el ritmo suave de un vivir templado, deslizándose entre las realidades comunes de la vida, las ocupaciones y los intereses? ¿Conoces este ritmo que es como el pulso del hombre sano? No; tu espíritu está siempre en estado de fiebre.

Así experimentamos que cuando la sensibilidad puramente interna, se halla del todo abandonada á misma, sin el auxilio de la reflexion, traslada á lo exterior todo cuanto se le ofrece, convirtiendo en realidades las apariencias imaginarias.

Al fin y al cabo esto no vale la pena de disgustarse; pero ¡ah! que mi hijo está en la edad de las ilusiones, que son para él lo que para las realidades. Acaso el sentimiento secreto que en él adivino procede de este desengaño sufrido.