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Actualizado: 13 de junio de 2025
Después de pasar algunos momentos con el muerto, volvieron al aposento del doctor. La anciana, completamente quebrantada por el dolor, apenas entró en el salón de Chevirev, se dejó caer en el sofá; pequeña, consumida por una larga vida de sufrimientos, parecía un bultito negro, de faz pálida y cabellos blancos.
La encontré, la primera vez que fui a visitarla, muy quebrantada y con un principio de fiebre. Pasó un día y otro día. La pobrecilla no mejoraba. Cualquier cosa, la menor palabra, la hacía llorar. Doña Celestina me llamó reservadamente. ¿Qué le pasa a la Shele? me dijo. Que está mal. ¿Pero no mejora? No. ¿Qué tiene?
Y para fortalecer su fe, un tanto quebrantada por las arremetidas de los burlones, se iba al día siguiente a ver a don Joselito, el cual parecía gozar amarga voluptuosidad, como descendiente de los grandes perseguidos, al enseñarle lo que él llamaba su museo de horrores.
-Bien podrá ser eso -dijo la doncella-; que a mí me ha acontecido muchas veces soñar que caía de una torre abajo y que nunca acababa de llegar al suelo, y, cuando despertaba del sueño, hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera caído.
Este abuelo había sido casado con una tía del general Saldaña; y aunque Atilio no alcanzó á conocerle, hablaba con frecuencia de él como de un personaje curioso que le inspiraba cierto orgullo ó amargas ironías, según el estado de su ánimo. Era un hombre de belicoso humor y sombríos entusiasmos, que había acabado de dilapidar la fortuna de la familia, ya quebrantada por los antecesores.
Antes morir aquí mismo. Nébel pasó todo el día disgustado, y decidido a vivir cuanto le fuera posible sin ver en Lidia y su madre más que dos pobres enfermas. Pero al caer la tarde, y como las fieras que empiezan a esa hora a afilar las uñas, el celo de varón comenzó a relajarle la cintura en lasos escalofríos. Comieron temprano, pues la madre, quebrantada, deseaba acostarse de una vez.
Recordaba que cuando se despidió de ella ya tenía la salud bastante quebrantada y que el abrazo que le dio fue mucho más prolongado y estrecho y sus besos más vivos que otras veces, como si la infeliz tuviese el presentimiento de que no había de verle más. En sus ojos rasgados y húmedos se leía un ruego ferviente y silencioso: que dejase la carrera y no se apartase de ella.
Palabra del Dia
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