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Actualizado: 19 de junio de 2025
Alborotóse el cabildo eclesiástico, y no queriendo que le pusiesen el pie delante en cuestión de tanta trascendencia, envió á Madrid un canónigo para que trajese resolución de los altos poderes para saber á qué ajustarse en adelante.
Creyeron siempre los Griegos que nuestros Catalanes fueran como los Alanos y Turcoples, que no se les levantaban los pensamientos á más que vivir con una triste y miserable paga; pero cuando vieron provehidos en ellos los oficios de César, Megaduque, Senescal y Almirante, y que tenian brios para aspirar á los que quedaban, advirtieron su daño, y comenzaron á sentirse de que las fuerzas y honras del Imperio se pusiesen en manos de extranjeros.
Vivía entonces muy fresca la memoria del fervorosísimo P. Martín del Campo, de la provincia del Perú, que después de haber gastado con ellos algunos meses, vista su obstinación, se vió precisado á irse á otra parte á emplear sus fervores. Por tanto les aconsejaba pusiesen la mira en otros países donde no se perdiesen á sí mismos, y ganasen felizmente á los otros.
Con esta noticia, mandó dicho Comandante tomar caballos para marchar, lo que se egecutó inmediatamente, pasando muchas quebradas, hasta que al tiempo de ponerse el sol, estando mudando caballos, llegó la partida que habia tirado hácia el Tandil y Volcan, sin novedad alguna: y haciendo estos la misma diligencia, luego que concluyeron mandó dicho Comandante repartir entre los indios las divisas que para este fin llevaba, y así á cada indio de los de bolas se le dió una banda blanca de platilla para que pusiesen como turbante, y á los de lanza se les dió para que pusiesen en ellas como bandera, y de esta suerte fuesen conocidos de nosotros en la refriega.
Y mandó que luego otro dia, que cada uno de los del Cuzco, como le habia cabido la suerte de las tierras, saliesen á las aderezar y reparar y hacer sus caños y regaderas, todo lo cual fuese reparado y hecho de piedra de cantería, porque fuese el tal edificio de tal manera hecho, que para perpétuamente durase, mandándoles que pusiesen sus linderos y mojones altos, de tal manera hechos, que nunca se perdiesen, debajo de los cuales mojones y de cada uno dellos fuese puesta cierta carga de carbon, diciendo, que si en algun tiempo se cayese el mojon, que por el carbon que allí se hallase conocerian los linderos de las tales tierras.
Divulgóse esta voz por el pueblo, y fuese por malicia de ellos ó por ardid diabólico del demonio, que perdía mucho en la conversión de aquellos bárbaros, comenzó la chusma á hacer muchos maltratamientos al venerable P. Lucas Caballero y al P. Felipe Suárez, antes que con detestable atrevimiento pusiesen fuego á la iglesia, de donde por este insulto se vieron obligados á salir y pasarse á un rancho ó choza poco distante; pero ni aun aquí pudieron parar, porque los bárbaros les buscaron por todas partes armados con sus arcos y macanas, y hubiéranlos hecho pedazos si no hubiera sido porque esperaban á sus caciques que estaban no muy lejos de allí.
A las doce del dia, habiendo algo aplacado, mandé en el bote 18 hombres á que pusiesen la chalupa en flote, y con ellos el contra-maestre, para que abriesen pozos en el Cerrito del Apio, por ver si se sacaba agua dulce.
La llave del desván quedó en poder de las sirvientas de los señores Adorno y Salvago, para que pusiesen en franquía a la vieja Claudia y a los señores Carvallo y Acevedo, a las tres horas de haber salido de la quinta Morsamor y su acompañamiento. La nave que mandaba Morsamor era grande y capaz y él podía tripularla a su antojo. Con holgura, pues, instaló en ella a su gente.
Era la primera vez que veía en tales ocasiones semejantes individuos, él que conocía todas las facciones de la ciudad y todas sus fisonomías. Hombres de cara oscura, espaldas dobladas, aire inquieto y poco seguro, y mal disfrazados como si se pusiesen por primera vez la americana. En vez de colocarse en primera fila para ver á sus anchas, se ocultaban entre sombras como evitando ser vistos.
Montaba, como hemos dicho, Cervantes la galera Marquesa, que era de las de Andrea Doria, con la gente de infantería del capitán Diego de Urbina; y cuando a la vista la una de la otra las dos escuadras, llegó el punto del rompimiento de la batalla, Cervantes, que muy enfermo y con calentura estaba en el entrepuente, subió a la cubierta y pidió le pusiesen en el lugar de más peligro; advirtiole Diego de Urbina que mirase que estaba enfermo, y que de muy poco podía aprovecharse su esfuerzo cuando tan sin fuerzas se hallaba; a lo que respondió Cervantes, y a lo que otros como el capitán le decían: Señores, ¿qué se diría de Miguel de Cervantes?
Palabra del Dia
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