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Actualizado: 7 de octubre de 2025
La Feliciana se alegraría de hablar con el señor Polo, que la había visto nacer. Transcurrió algún tiempo, sin que nuevos encuentros viniesen a recordar a los dos amantes el grave trastorno que habían causado con su fuga en la vivienda del cazador. Isidro carecía de trabajo; pero aún duraba en las prudentes manos de Feli una parte del dinero del marqués de Jiménez.
El P. LEGIPONT, de la Orden de S. Benito, ha publicado poco ha un itinerario para hacer con utilidad los viages á Cortes extrangeras. Le ha traducido en Español el Dr. JOAQUIN MARIN, docto Abogado Valenciano. En esta obrita se hallan las reglas prudentes para viajar con utilidad; y el que lea la censura que á ella ha puesto el Dr.
Silenciosamente, se dirigió hacia una calle transversal mucho más solitaria. ¿Qué me quiere usted? preguntó cruzando los brazos. Me ha parecido que en la alcaldía se ha dejado usted llevar de impulsos apasionados más bien que prudentes... Créame usted, espere aún dos días antes de tomar una resolución extrema... No le hablo ahora como adversario, sino como amigo.
No estaba la Regenta acostumbrada a convertir sus arrebatos religiosos en oraciones mentales, según los prudentes consejos del Magistral; su educación pagana, dislocada, confusa, daba extrañas formas a la piedad sincera, asomaba con todos sus resabios de incoherencia y ligereza después de tantos años.
Don Braulio, según sus quehaceres o su humor, iba o no iba con su mujer y su cuñada a estas diversiones y fiestas, a las que Rosita tenía buen cuidado de convidarle siempre. Pasaron meses desde la noche en que por vez primera habían aparecido en la tertulia de la Condesa don Braulio, su mujer y su cuñada. Todas las prudentes reflexiones de don Braulio a su mujer habían sido inútiles.
La esposa debe escogerse después de la oración, de la meditación, del examen atento; y especialmente, ¡fíjate bien en esto, criatura!, «después del consejo maduro y reiterado de vuestros amigos prudentes, de vuestros maestros, y sobre todo, de vuestro director espiritual.» Así lo dice el libro.
Estos locos, enemigos de lo existente, deben haber gozado mucho ayer viendo á un hombre con pantalones, y los hombres prudentes y virtuosos de nuestras familias se habrán escandalizado con harto motivo al contemplar á uno de su sexo sin la túnica y sin los velos que corresponden á una matrona virtuosa.
Las religiones y eclesiásticos regulares convocados les faltaban los discursos y clamaban á su Dios á cuya fiesta como obligados venían á asistir. Los prudentes y timoratos, con lágrimas, con ansia, clamaban ante la Divina Majestad pidiendo disolviera las dificultades que se podían ofrecer.
Los prudentes torcían el gesto ante sus proezas; le creían un suicida con suerte, y murmuraban: «¡Mientras dure!...» Sonaron timbales y clarines, y salió el primer toro.
Me asombro de su atrevimiento, gentleman, pero ¡quién sabe si estos enamorados valerosos ven la realidad mejor que nosotros y conocen los goces de la vida más que los prudentes!... Yo, gentleman, tal vez hubiese sido como ellos, pero nunca tuve ocasión de conocer el amor. Mi mundo no me daba facilidades para enamorarme.
Palabra del Dia
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