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Actualizado: 8 de junio de 2025
Ellos, gobernados como están por el pueril sentimiento de la vanidad, adoran los elogios de la Prensa cortesana, y en los pequeños rincones provincianos la Fama no hace vibrar nunca sus trompetas gloriosas. En Madrid, además, tienen «su casa», su familia, hostil casi siempre al molesto ambular de la farándula, y lo que pierden en sueldos, lo ahorran en viajes y en fondas...
La idea de los unitarios está realizada; sólo está de más el tirano; el día que un buen Gobierno se establezca, hallará las resistencias locales vencidas y todo dispuesto para la unión. La guerra civil ha llevado a los porteños al interior, y a los provincianos de unas provincias a otras.
Haremos notar que nunca se debe decir la última miseria; es una imprudencia que puede molestar a la Desgracia, y entonces nos apretará más el resuello. Siempre hay mayores extremos de dolor, y callar es bueno. Estos provincianos adquieren de la corte la misma opinión de madama Zarathustra: ¡En Madrid se come muy mal! Se come mal y se duerme mal... y caro.
Corrillos de periodistas y diputados, de financistas y de dandys, de extranjeros curiosos y de provincianos muy currutacos, hormiguean allí, en alegre confusion con las damas elegantes, todos en incesante vaiven, rozándose sin ceremonia, aspirando con libertad y espíritu expansivo el aire del campo.
Cuando hablaba don Buenaventura, lo saludábamos con una lluvia de aplausos, y cuando los urquizistas pedían la palabra, se armaba la gorda. ¿Pero hubo algunos muy insolentes, no? ¡Cómo no! y nos insultaron; pero Buenos Aires triunfó y nos libramos de Urquiza. Y de los provincianos para siempre.
En efecto, las estiró al lado de las del joven para que pudiesen comparar aquellos señores. Joaquín contestó: De nadie. Y encogió los hombros. No lo creo. Estos madrileñitos siempre tienen algo que decir de los infelices provincianos. Así es la verdad dijo el ex-alcalde . Su amigo de usted el Provisor, era hoy la víctima. Ronzal se puso serio. ¡Hola! dijo ¿también espifor?
Las «bajas» habidas en los teatros provincianos, acuden á cubrirlas los comediantes residentes en Madrid y viceversa; es un cambio rapidísimo de intereses, un flujo y reflujo pintoresco y alegre, con alegría zumbadora de enjambre, que recorre toda la nación de un extremo á otro.
Por grande que fuese en aquel tiempo la cultura de Sevilla, era natural que Madrid, donde habitaban los reyes y las más opulentas familias, atrajera a los artistas provincianos.
Probablemente los limeños del siglo anterior se engolosinarían con la mazamorra, cuando los provincianos les aplicaban a guisa de injuria el epíteto de mazamorreros. ¡Ahí nos las den todas! Tanta deshonra hay en ello como en mascar pan o chacchar coca. A Dios gracias, hoy estamos archicivilizados, y no hay miedo de que nos endilguen aquel mote que nos ruborizaba hasta el blanco de los ojos.
¿Cómo? pregunté sin comprender. Ya nadie juega al bridge, mi amigo, nadie, nadie... salvo los «rastaquères», los cursis, los «guarangos». Sólo por esnobismo pueden hoy jugarlo «dandies» provincianos y trasnochados. Estaría bien jugar para divertirse... Y se ha demostrado matemáticamente que el noventa y cinco por ciento de los que jugaban al bridge se aburrían.
Palabra del Dia
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