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Actualizado: 18 de julio de 2025


Su humorismo provinciano se desata en el sarcasmo, en la ligera y apenas perceptible sonrisa burlona que me la imagino distendiendo constantemente la comisura de sus labios ; en la crítica mordaz y fina de los sectarismos sociales, de los órganos petrificados que pugnan por abatir el espíritu de observación y experimentación del positivismo científico, sin verdades reveladas ni verdades inmutables; teniendo siempre la frase adecuada, la cita oportuna, el decir cáustico para todas estas cosas tan feas y tan nuestras.

Noticioso el monarca de la venida del buen Catelan, ó de los presentes que Catelan traia, ora fuese por Catelan, ora por los presentes, porque la tradicion no aclara este punto, envió un piquete de soldados bajo el mando de un capitan, cuyo piquete tenia por fin el guardar al espléndido provinciano de los bandoleros y asesinos que infestaban á la sazon el bosque de Bolonia.

El heredero de don Ramón, esperanza del distrito, iba furioso; agitaba sus manos con nervioso temblor, como si quisiera abofetearse. Y con acento agresivo, como si hablase con su yo que abandonando la envoltura del cuerpo caminase delante de él, gritaba: ¡Imbécil!... ¡estúpido!... ¡¡Provinciano!!

El peinado de Clara podía rigurosamente ser tachado de provinciano, porque se alzaba en un moño de tres tramos sobre la corona. Este modo de peinarse era ya desusado en la corte; pero la belleza suele generalmente triunfar de la moda, y Clara estaba muy bien con su trenza piramidal.

Provinciano de éstos había capaz de renunciar a la esperada credencial con tal de poder contar en su pueblo que había sido dueño de cualquiera de aquellas infelices, condenadas a estar siempre haciendo muecas voluptuosas con la cara pintada y trenzados con las piernas presas en las desvergonzadas mallas.

Comienza Clarín su obra con un cuadro de vida clerical, prodigio de verdad y gracia, sólo comparable a otro cuadro de vida de casino provinciano que más adelante se encuentra.

Sin embargo, para el viejo porteño que no ha salido nunca de Buenos Aires, o para el joven provinciano que recién llega de su provincia, el Club es, o era en otro tiempo, algo como una mansión soñada cuya crónica está llena de prestigiosos romances y en el cual no es dado penetrar a todos los mortales. Don Benito conocía la casa desde su fundación y gozaba en ella de una influencia única.

Un rey, grandes artistas, paladines hermosos y aristocráticos como el conde ruso, potentados que disponían de grandes riquezas. ¡Y él, pobre provinciano, diputado obscuro, sometido como un chicuelo al despotismo de su madre y sin dinero casi para sus gastos, pretendía sucederles!

Resignado o no resignado con el fallo del público, dejó de escribir dramas y adoptó el noble papel de protector de autores y artistas desconocidos y de empresas arruinadas. El joven provinciano que llegase a Madrid con un drama en el bolsillo, no podía emprender camino mejor para verlo representado que el de la casa de D. Jerónimo. Todo lo acogía con los brazos abiertos, malo y bueno.

Era viuda, casada y soltera. Expliquémonos. Siempre se la oyó decir que era viuda; todos la tenían por casada, y era en realidad soltera. En una ocasión vivió en cierto lugar con un periodista provinciano, y allí pasaban por esposos. El infeliz consorte fué un mártir.

Palabra del Dia

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