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Actualizado: 19 de mayo de 2025
«¿Qué se pierde por probarlo? se decía, arropándose en la cama . Podrá no ser verdad... ¿Pero y si lo fuese? ¡Cuántas mentiras hubo que luego se volvieron verdades como puños!... Pues lo que es yo, no me quedo sin probarlo, y mañana mismo, con el primer dinero que saque, compro el candil de barro, sin hablar.
Como en todos los días de corrida, Juan Gallardo almorzó temprano. Un pedazo de carne asada fue su único plato. Vino, ni probarlo: la botella permaneció intacta ante él. Había que conservarse sereno.
Pero, en verdad, la infalibilidad de la justicia es un dogma tan difícil de admitir como la infalibilidad del Papa. Nadie en el mundo es infalible y, por mi nombre, que me voy á dedicar con usted á probarlo. Si hay dificultades materiales las venceremos; tengo dinero para ello. Las dificultades morales las dominaremos con su inteligencia de usted.
El egoismo es uno de los rasgos distintivos del carácter de estos naturales, que son incapaces de partir entre ellos ni aun siquiera lo superfluo. Un solo hecho bastará para probarlo.
¡Aunque fueses de plomo! ¿De veras? Ya sé que no te falta voluntad; pero esta última vez has venido muy flojo del seminario. Ven a probarlo. No tengo gana. ¿Lo ve usted, D. Andrés? Me tiene miedo. Adiós, Josefina, hasta la tarde. ¡Cuidado que faltes! ¡Ya! Porque sin mí no hay romería. ¡Mucho que sí! Adiós, resalada.
Con espantosas amenazas me juró que aunque tuviera que causar tu pérdida, me libraría de tí, pues bien sabía que mi amor me impediría ceder de buen grado. ¡Cobarde! exclamó Jacobo, con la cara contraída por el furor. ¿Por qué no me dijiste nada? Porque empezabas á separarte de mí, lo conocía, y no quería perder una ocasión de probarlo por medio de sus revelaciones.
Don Carlos Peláez, notario eclesiástico que desempeñaba otros dos o tres cargos en Palacio, no todos compatibles, se jactaba de ser una de las personas más influyentes en la curia eclesiástica y aun en el ánimo del señor Provisor. Bien iba a probarlo ahora interponiendo su favor para arrancar al mísero párroco de Contracayes, aldea de la montaña, de las garras de la disciplina.
Está ahí mi caballo overo en San Filipe, y es desbocado en la carrera y trotón. Dije cómo yo le corría y hacía parar; dijeron que allí estaba uno en que no lo haría, y era éste de este licenciado. Quise probarlo. No se puede creer qué duro es de caderas, y con mala silla fue milagro no matarme. -Sí fue -dijo don Diego-; y con todo parece que se siente V. Md. de esa pierna.
Marenval dirigió á las dos mujeres una mirada de entusiasmo y dijo con una expresión que les arrancó las lágrimas: ¡Es verdad! Ahora creo que Jacobo es inocente. Pero no basta creerlo; hay que probarlo.
Bien pudiera ser que allí se cerrase por completo la herida de su corazón. Había que probarlo al menos. De otra parte la aterraba lo desconocido, las monjas... ¿cómo serían las monjas?, ¿cómo la tratarían? Pero Nicolás se adelantó a sus temores, diciéndole que eran las señoras más indulgentes y cariñosas que se podían ver.
Palabra del Dia
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