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Actualizado: 24 de junio de 2025
No he de negar yo que las obras de tan célebre autora puedan haber servido de estímulo al talento del presbítero novelista; pero son tales las diferencias entre lo escrito por él y lo escrito por la ingeniosa hija de Böhl de Faber, que no permiten afirmar la imitación ni suponer que ambos autores pertenecen a la misma escuela.
Porque han de saber mis lectores chilenos que por entonces había en San Juan sacerdotes libertinos, curas, clérigos, frailes, que pertenecían al partido de la Presidencia. Entre otros, el presbítero Centeno, muy conocido en Santiago, fué, con otros seis, uno de los que más trabajaron en la reforma eclesiástica.
Aunque nuestro joven no tuviese un temperamento irritable, antes al contrario había dado siempre pruebas de paciencia, los modales groseros, despreciativos, del presbítero estaban a punto de hacérsela perder. El porvenir de Llot se dignó al cabo decir es de un género particular.
En cuanto salió de la cárcel se fue la prendera derecha a casa de D. Jeremías. El iracundo presbítero no quiso oírla, ni aun prometiéndole salir por fiadora de las cantidades que Godofredo adeudaba a él y a sus amigos. Juraba y perjuraba que había de llevarle a presidio y prometía ir a verle salir en la cuerda de presos con el mismo placer que si fuese a la misa del Papa.
¿Qué es eso, D. Romualdo? preguntó riendo D. Norberto. ¿Le ha tocado el tres de bastos? Sí, señor; pero me consuela que hay palos para todos. Pues yo no tengo ninguno replicó el cándido presbítero. ¡Otro los recibirá! Hacemos todos lo que podemos; pero no cabe duda que unos pueden más que otros. El P. Gil es un santo, es un apóstol de los primeros tiempos de la Iglesia.
Quiero decir que a mí no hay mujer que me engañe». Fortunata tuvo miedo y Nicolás aproximó más el sillón. Aunque estaban solos, ciertas cosas debían decirse en voz baja. «Vamos a ver, ¿quién fue el primero?» preguntó el presbítero llevándose la mano tiesa a la boca, porque con la pregunta querían salir también ciertos gases.
La neófita miraba por la ventanilla, atraída vagamente y sin interés su atención por la gente que pasaba. Creeríase que miraba hacia fuera por no mirar hacia dentro; Maximiliano se la comía con los ojos, mientras el presbítero procuraba en vano animar la conversación con algunas cuchufletas bien poco ingeniosas. Llegaron por fin al convento.
Hay que observar que las que siguieron eran cada vez más expresivas, por no decir picantes, y que entre una y otra el beneficiado de la catedral dirigía por debajo de sus negras y largas pestañas miradas provocativas a la joven regordeta que había cantado el rondó de Lucía. Después supe que era su maestro de música. Aplaudimos esta vez más sinceramente. ¡Olé el presbítero! gritó D. Acisclo.
Dijo esto el presbítero titubeando, poniéndose encendido hasta la nuca, porque su impulso primero había sido exclamar: «Señorita Marcelina, aquí está mi sangre a la disposición de usted».
Cabalmente desde que era presbítero se había redoblado su fervor religioso, y sentía el entusiasmo juvenil del nuevo misacantano, conmovido aún por la impresión de la augusta investidura; de suerte que celebraba el sacrificio esmerándose en perfilar la menor ceremonia, temblando cuando alzaba, anonadándose cuando consumía, siempre con recogimiento indecible. En fin, si no había remedio....
Palabra del Dia
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