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La casualidad nos llevó á la plaza en que está erigido el monumental edificio del Ayuntamiento. ¿Dónde está el hotel de los Extranjeros? pregunté. Enfrente de nosotros; esa gran fachada iluminada. No es una casa de diez y siete pisos como las de Nueva York; aquí tenemos sitio abundante para edificar. ¿Quiere usted entrar? Hay un magnífico restaurant...

Querría poder amar las flores dice. ¡Hay tantos que las aman... o que dicen que las aman!... Tratándose de amor, una no sabe nunca la verdad. ¿Por qué? le pregunté. ¿No puede suceder que dos seres se quieran bien y se lo digan, sin frases rebuscadas ni segunda intención?

Lo haré declaré yo. ¿Pero no puede usted decirnos qué clase de informes le dio a Blair esa noche que al fin lo volvió a encontrar? le pregunté persuasivamente. No replicó en un tono decisivo, fue un asunto reservado, y debe seguir siéndolo. Mis servicios fueron recompensados, y en cuanto a me concierne, yo me he lavado las manos y nada tengo que hacer de él.

La pregunté: «¿No cree usted que es así?» Y ella me contestó: «Esta palabra, la palabra del asentimiento, fue la última que me dijo. Ferpierre dejó que el eco de aquella voz apasionada se perdiera. Y cruzando los brazos sobre el pecho, habló lentamente, después de un breve silencio: Resumamos.

¡Ah! ¿Qué sabe usted de D. Diego? le pregunté, volviendo atrás. Pues qué dijo, retrocediendo , ¿no se sabe dónde está D. Diego? ¿Ha muerto? ¿Se ha extraviado? Es preciso averiguarlo. Y di, ¿ has visto por casualidad mi caballo? ¿Sabes si alguien lo recogió? No nada de tal caballo repliqué, alejándome.

Permanecí largo tiempo en medio de estas dulces ideas y sensaciones hasta que llegó un día en que me pregunté ¿por qué razón pasaba mi alma por tan diversas fases?

¡Que me ama! gritó, espantada, dando un salto atrás, y apartándome de su lado con sus dos blancas y pequeñas manos. ¡No! ¡No! gimió. Usted no debe... no puede amarme. ¡Es imposible! ¿Por qué? le pregunté rápidamente. La he amado desde aquella primera noche que nos conocimos. Ciertamente que usted debe haber descubierto hace mucho tiempo el secreto de mi corazón. tartamudeó, lo he conocido.

, , la cuestión era esa... La fortuna del viejo nunca había sido brillante... y sin hablar de su pasión por todo lo que se bebe... y luego, ustedes saben, donde hay un pantano, las ranas afluyen a él siempre; y, sobre todo, el hijo que vivía desde hacía años como si los margales de Döbeln hubieran sido minas de plata... ¿Y sube a mucho la cosa, muchacho?... Todavía no, tal vez ¿eh? pregunté.

Pregunté, y supe que en aquel ataúd iba el cadáver de Tremontorio. ¡Dios sabe lo que pasó entonces por mi alma!

El interior de la jarra y el paluco estaban cubiertos de una costra negruzca muy removida y cuarteada. Pregunté a mi tío con una mirada para qué servía aquello, y me respondió: Eso es para hacer tinta... digo, era; porque ya con la última hecha el año que pasó, ha de sobrarme.