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Actualizado: 11 de mayo de 2025
De todo lo cual apenas quedaban vestigios: las armas de la casa, trazadas con mirto en el suelo, eran ahora intrincado matorral de bojes, donde ni la vista más lince distinguiría rastro de los lobos, pinos, torres almenadas, roeles y otros emblemas que campeaban en el preclaro blasón de los Ulloas; y, sin embargo, persistía en la confusa masa no sé qué aire de cosa plantada adrede y con arte.
Don Ciriaco, exagerando un poco, le habló a doña Hortensia de mi familia, de nuestra casa solariega de Lúzaro, de mis antepasados.... Al oír los detalles de nuestro preclaro abolengo, la amabilidad de la bella señora aumentó. Doña Hortensia sentía una extremada debilidad por las preeminencias nobiliarias, y resultó cosa no muy rara entre vascongados, que teníamos un apellido común.
Desempeñó en Méjico el cargo de Intendente general durante muchos años, y de allá vino nadando en oro; casó en Madrid con una señora de la cepa ilustre de Pacheco, y labró esta casa sobre la más modesta, aunque no menos hidalga, en que él había nacido... Pero de este preclaro ascendiente nuestro ya me has oído hablar muchas veces, lo mismo que de este otro que le sigue, con hábitos de sacerdote y la medalla de la Inquisición colgada del cuello.
Notable novelista en verso, cómico hábil á lo Aristófanes y trágico de primer orden, es hoy la estrella poética de primera magnitud que luce en el cielo de Alemania . Aristócrata por su nacimiento, por sus riquezas y por su genio, se ha servido de sus ventajas para trabajar sin descanso en honrar á la humanidad entera y á su patria. ¡Lástima grande que tan preclaro ejemplo no tuviera imitadores en nuestra España!
Ella es la que recibe su postrer suspiro, ella la que con solícita ternura baña y lava su cuerpo, ella la que le amortaja en siete blancos y finísimos lienzos, ungiéndole con preciosos aromas la frente, las manos, los piés y las rodillas, ella, en fin, la que, asistida de sus esclavas, le deposita en su lecho mortuorio . Allí yace, en una de las estancias de su alcázar, cubierto con las mismas blancas vestiduras que son el distintivo de su preclaro linage, el sabio, el virtuoso, el victorioso, el afamado Abde-r-rahman, llorado por sus mugeres, sus hijos, sus consejeros, sus oficiales, sus protegidos, sus soldados, sus servidores y esclavos, por todos los que ayer le cercaban respetuosos mostrándole en sus labios la sonrisa del afecto ó de la lisonja.
Unos lo tomaban por lo serio, le hablaban de su preclaro nombre que pronto iba a encontrar quien lo perpetuase, otros echaban el santo sacramento a broma. «¡Ánimo, Gonzalo! Para sostenerte en este trance fiero aquí tienes a los amigos. ¡No tiembles a la vista del patíbulo!» Y señalaban al altarcito erigido allá en el fondo del salón contiguo y que se veía por la puerta entreabierta.
Palabra del Dia
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