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Actualizado: 20 de julio de 2025
Aquella tumefacción del paisaje era obra del hombre. La montaña se había formado espuerta sobre espuerta. A su sombra habían nacido Gallarta y la riqueza del distrito. Era la escoria de la mina de San Miguel de Begoña, la explotación más famosa de las Encartaciones: toda de mineral campanil y del más rico. Allí habían comenzado su fortuna Sánchez Morueta y otros potentados de Bilbao.
Luis de Santa María, entre los protectores del Monasterio de Yuste; lista en que más adelante figuran potentados y monarcas. Aquellas celdas fueron al principio sumamente toscas y reducidas, cual convenía al objeto de los fundadores, quienes no dejaron de seguir cuidando también la Ermita del Salvador y de orar en ella diariamente.
Formámonos así una idea tan exacta como triste de la anarquía de los siglos medios, que destrozó á todos los pueblos de Europa, y á España más que á los restantes de ella, de las usurpaciones, barbarie y ferocidad de los potentados; de la época, en fin, deplorable, en que las leyes eran demasiado débiles para proteger al inocente, y en que hasta la justicia se vió forzada á revestirse de formas despóticas, y de aquí también el agradable contraste que en este fondo sombrío nos ofrecen los rasgos aislados de rectitud y grandeza de alma, y las escenas rústicamente sencillas é infantiles, que traza el poeta cediendo á la fecundidad singular de su ingenio.
Y cuando se lee en los viajes de Le Plongeon los cuentos de los amores de la princesa maya Ara, que no quiso querer al príncipe Aak porque por el amor de Ara mató a su hermano Chaak; cuando en la historia del indio Ixtlilxochitl se ve vivir, elegantes y ricas, a las ciudades reales de México, a Tenochtitlán y a Texcoco; cuando en la «Recordación Florida» del capitán Fuentes, o en las Crónicas de Juarros, o en la Historia del conquistador Bernal Díaz del Castillo, o en los Viajes del inglés Tomás Gage, andan como si los tuviésemos delante, en sus vestidos blancos y con sus hijos de la mano, recitando versos y levantando edificios, aquellos gentíos de las ciudades de entonces, aquellos sabios de Chichén, aquellos potentados de Uxmal, aquellos comerciantes de Tulán, aquellos artífices de Tenochtitlán, aquellos sacerdotes de Cholula, aquellos maestros amorosos y niños mansos de Utatlán, aquella raza fina que vivía al sol y no cerraba sus casas de piedra, no parece que se lee un libro de hojas amarillas, donde las eses son como efes y se usan con mucha ceremonia las palabras, sino que se ve morir a un quetzal, que lanza el último grito al ver su cola rota.
En algunas secciones rezagadas de esta América, todavía, cuando llevan a Dios con campanillas por las calles, para vendérselo a algún moribundo, los transeúntes y los vecinos, se prosternan de rodillas, como los súbditos de los potentados orientales al paso de su respectivo déspota.
Palabra del Dia
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