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Un día, al pasar el marqués por el mercado, dos mendigos ciegos le reconocían por la voz y le saludaban con frases pomposas esperando que los socorriese como de costumbre. «Toma, para los dos». Y pasaba adelante, sin dar nada, mientras los dos pordioseros se insultaban, creyendo cada uno que su camarada había recibido la limosna y le negaba la mitad, hasta que, cansados de injuriarse, enarbolaban sus palos.

Las tazas eran de esos coquillos negros de óvalo perfecto, que los indígenas realzan con caprichosas labores y leyendas, sumisas éstas como su condición, y aquellas pomposas, atrevidas y extrañas, muy llenas de alas y de serpientes, recuerdos tenaces de un arte original y desconocido que la conquista hundió en la tierra, a botes de lanza.

En la comedia, que después comenzaba, se prodigaba hasta el extremo el lujo más suntuoso en trajes brillantes y pomposas decoraciones.

Casi no se encuentra traza alguna de composición, medianamente arreglada, y con procesiones pomposas, desafíos y sucesos extraños, alternan bufonadas vulgares y burlas sin gracia en mescolanza grotesca.

Por las ventanas de todas sus habitaciones, que dan al septentrión, se descubre: primero, una faja de vega, de un kilómetro de ancho, que va á morir en el río; luego el mismo río, orlado de pomposas arboledas, y, á su otra margen, un segundo anfiteatro, que es la Vera de Plasencia, y que termina en las perpetuas nieves de las Sierras de Jaranda y de Gredos.

En La octava maravilla se nos presenta un Rey de Bengala, dedicado al estudio de Hipócrates y Galeno, que excitado por las pomposas descripciones, que le hace un arquitecto español de la geografía de España y de la genealogía de sus familias más distinguidas, se resuelve á visitar á la Península, y después de naufragar en las islas Canarias llega á Sevilla, en donde finge ser un criado y se enamora de una beldad sevillana, convirtiéndose al cristianismo y regresando después á su reino para propagar en él su religión.

Y era que los enamorados ocultaban su amor como un pecado entre la umbría protectora, ingenuas obreritas un poco sentimentales, pomposas matronas que enloquecen con su gracia picante y su intensidad crepuscular que ponen tanto fuego en la aventura, porque temen que aquélla puede ser su despedida al amor , princesas de la Casualidad, juntamente con sus varios cortejos, ponían una nota encantadora en parajes como éste. ¡Los cafés solitarios y galantes!

Como no gusto de frases pomposas, cuyo contenido pudiera alguien poner en duda, no me meto en decir que soy una dama y que usted es un caballero: diré sólo que soy una buena mujer, aunque pecadora, y que espero que sea usted un hombre bueno para y que como tal se conduzca.

Las escasas noticias biográficas, que damos en el texto, provienen de una carta en latín, fechada en Nápoles, que firma Mesinerius J. Barberius, llena de pomposas alabanzas de Torres Naharro. Hállase inserta en casi todas las ediciones de la Propaladia, y ha servido también á D. Nicolás Antonio, Blas Nasarre y Lucas Signorelli.

Yo, señora de mi alma, estoy determinada, con licencia de vuesa merced, de meter este buen día en mi casa, yéndome a la corte a tenderme en un coche, para quebrar los ojos a mil envidiosos que ya tengo; y así, suplico a vuesa excelencia mande a mi marido me envíe algún dinerillo, y que sea algo qué, porque en la corte son los gastos grandes: que el pan vale a real, y la carne, la libra, a treinta maravedís, que es un juicio; y si quisiere que no vaya, que me lo avise con tiempo, porque me están bullendo los pies por ponerme en camino; que me dicen mis amigas y mis vecinas que, si yo y mi hija andamos orondas y pomposas en la corte, vendrá a ser conocido mi marido por más que yo por él, siendo forzoso que pregunten muchos: ¿Quién son estas señoras deste coche? Y un criado mío responder: ''-La mujer y la hija de Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria''; y desta manera será conocido Sancho, y yo seré estimada, y a Roma por todo.