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Actualizado: 15 de junio de 2025
Ella, como tú, áun lleva la frente pura y alta, tiene el alma serena y el corazon sin hiel; piadosa para todos, ignora qué es la envidia y sufre resignada el mal y la perfidia sin pensar en quien lo hace y sin quejarse de él.
Aconsejó la actividad piadosa. «En su estado y en el tiempo en que vivía la pura contemplación tenía que dejar mucho espacio a las buenas obras.
Luego, su vida tuvo un doble objeto santo y noble: derramar los consuelos de la más piadosa de las ciencias sobre los dolientes sin ventura y velar por la dicha de Carmen. Era para él una suprema delicia espiritual el consagrarse de lleno a pagar en la hija la inmensa deuda de gratitud contraída con el padre.
Era un creyente sincero, y la piadosa y severa educación que había tenido le hacía horrorizarse de tal sacrilegio. Se le había pegado el fanatismo de su madre: tenía un miedo espantoso al infierno.
Elegante sin exceso, piadosa sin mogigatería y adicta sin ostentación, es enteramente mi ideal. A ella es a quien confío más fácilmente mis pensamientos, y la abuela, que aprecia mucho el carácter firme y leal de Genoveva, protege nuestra intimidad.
La señorita de Saint-Huruge es hoy demasiado vieja, y no piensa ya en casamientos: es hermana del célebre Saint-Huruge, aquel gran tribuno de los demagogos, que se hizo famoso en las revueltas de París. Fue un buen hombre que se entregó con entusiasmo a la causa de la Revolución. Ella es buena, piadosa y simpática.
La santidad de la misión impuesta le servía de refugio, o buscaba en las prácticas religiosas una ocupación piadosa, durante la cual se imaginaba sentir vagamente que su espíritu se elevaba en arrobos místicos hasta los prometidos cielos, como espiral de incienso que sube a perderse en el espacio.
El Rey, Nuestro Señor, tiene destinados 12.000 pesos cada año para los sínodos de curas y compañeros de los treinta pueblos, y aunque por no estar completos no se gastasen todos, siempre en la mente piadosa de Su Majestad el que, siendo necesario, se emplee este caudal en el bien espiritual de estos naturales.
Dimmesdale tropezó de manos á boca con uno de los más antiguos miembros de su iglesia, una anciana señora, la más piadosa y ejemplar que pueda darse: pobre, viuda, sola, y con el corazón todo lleno de reminiscencias de su marido y de sus hijos, ya muertos, así como de sus amigos fallecidos también hacía tiempo.
Sobre los adornos y bordados de la túnica de la Virgen se ven las empuñaduras de las siete espadas que le traspasan el pecho. En la procesión del Sábado Santo, todos los personajes del Antiguo Testamento y los judíos y los soldados romanos se desvanecen y se eclipsan ante la divina imagen de la Virgen. Sólo la acompañan el clero y la muchedumbre piadosa con innumerables velas y cirios encendidos.
Palabra del Dia
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