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Unas veces les jugaba todas las malas pasadas posibles aplicándose a contrariar sus proyectos, a quitarles los objetos que les pertenecían y a hacer desaparecer las cosas más necesarias para la vida. Otras veces se les aparecía por la noche en formas pálidas y fantásticas, les perseguía y les arrancaba gritos de espanto.

Era un paseo amplio en forma de salón, recién construido en lo alto del famoso bosque de San Francisco, desde donde se señoreaba todo. Este bosque de robles corpulentos, añosos, retorcidos, algunos de los cuales pertenecían a la selva primitiva donde se fundó el monasterio que dio origen a Lancia, servía de sitio de recreo y esparcimiento a la población, hasta cuyas primeras casas llegaba.

Los carabineros descubrían entre las rocas cuerpos destrozados en actitudes trágicas, con los ojos vidriosos casi fuera de sus órbitas. Muchos de ellos eran reconocidos como soldados por los andrajos que revelaban un antiguo uniforme ó las chapas de identidad fijas en sus muñecas. Pertenecían á Francia.

Y las locas carreras por la huerta, cuyas más hermosas frutas le pertenecían, y por el bosque umbrío, selva virgen para su joven imaginación que aumentaba todas las cosas y daba al minúsculo estanque las proporciones del lago Ontario.

Entre estos había muchos individuos de aspecto rudo, cuyos vestidos, hechos de piel de ciervo, daban á conocer que pertenecían á algunos de los establecimientos situados en las selvas que rodeaban la pequeña metrópoli de la colonia.

Algunos que descollaban por su estatura pertenecían a una raza de hombres de pelo rojo, de piel blanca, velludos hasta la punta de los dedos y tan fuertes que podrían arrancar de cuajo una encina. Entre éstos se encontraba el viejo Materne del Hengst y sus dos hijos Frantz y Kasper.

La casa de campo y los predios que la rodeaban y pertenecían, valían mucho menos de lo que podía presumir el conspirador, si juzgaba por lo que le costaban, pero él no paraba mientes en tal materia: se iba arruinando ni más ni menos que su patria; pero así como la lista civil le dolía lo mismo que si la pagase él entera, de las mangas y capirotes que hacían con sus bienes le importaba poco.

Esta delicadeza de los campesinos nos encantó; no hemos sabido jamás a qué choza pertenecían los autores del anónimo presente.

Allí nos sentamos; yo no sabia que me sentaba en sillas imperiales, porque luego supe que todos aquellos asientos pertenecian al palacio y eran gratis. ¡Cosa extraña en Paris, en donde el hombre paga hasta la luz que Dios da de balde al gusano!

El señor entendido decía que estas vistas no pertenecían en realidad á la historia; que eran, ¿cómo diré yo? lo mismo que retales que le habían puesto al film. ¿Me explico bien, señor comisario? Cosas viejas de la guerra que habían aprovechado; algo así como los remiendos que se echan á la ropa para que parezca mejor.... Pero yo no entiendo de esto, y las vistas me han parecido magníficas.