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Actualizado: 26 de junio de 2025
Luego surgía el grito de guerra: «¡Sus, á los indios!» Estaba convenido que los indios debían huir: para eso iban envueltos modestamente en un trozo de tapiz y llevaban en la cabeza plumas de gallo. Pero huían traidoramente, y al verse sobre vargueños, mesas y pirámides de sillas, empezaban á disparar volúmenes contra sus perseguidores.
Acércanse entonces sus perseguidores; entrégase á ellos sin hacer resistencia; declara en voz alta que vuelve á profesar la religión cristiana, y considera como un beneficio la muerte de los mártires con que le amenazan. Llevado á Túnez, pide perdón á su padre y hermana con lágrimas de arrepentimiento, y á la conclusión, se le ve morir risueño en la cruz, coronado de espinas.
Quizá el buen hijo del cielo confundiera ilógicamente los rigores de la estación con los de sus perseguidores, los niños de las escuelas, que libres a esta hora del instructivo encierro, eran mucho más audaces y atrevidos. De manera que siguió su camino apresuradamente, y volviendo una esquina, detúvose por fin delante de una casa y penetró decididamente en ella.
Alguna vez, arrastrada de su temperamento impresionable, sintió impulsos vehementes de seguir el ejemplo de Judith, haciendo expiar a algún malvado tan horribles sacrilegios. Quisiera tener en su mano a los perseguidores de Jesús para deshacerlos y convertirlos en polvo.
Los moros emprenden por los Pirineos una expedición asoladora, devastando é incendiando cuanto encuentran. Entre otros fugitivos aparece Deidón, caballero francés, á quien persigue una partida enemiga. Trae consigo una imagen de la Santa Virgen que desea salvar del poder de los infieles; cuando llegan sus perseguidores se abre una peña, que guarda la sagrada imagen.
«¿Quién pesca ahora a ese condenado? Hay una reja que no le dejará internarse. Ha de estar a cuatro o cinco varas de la boca». Miraban todos y no le veían. Un guardia civil arriesgó las botas, acercándose a la boca. Llevaba fusil. «Allí está gritó . Le veo los ojos». El guardia distinguía dos luceros en la obscuridad. Desde allí Pecado atisbaba a sus perseguidores con cierta serenidad provocativa.
En diversas ocasiones salieron las partidas de campo con orden de exterminarlos; pero los bandidos se batían tan en regla, que sus perseguidores se veían forzados a volver grupas, regresando maltrechos y con algunas bajas a la ciudad.
Palabra del Dia
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