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Actualizado: 19 de mayo de 2025


La pobre carece de todo en este desierto, y como usted recordará, nos habló hace poco de lo qué sufre por no tener aquí perfumería de París. El ingeniero sacó de un bolsillo varios papeles para dárselos á Moreno. Es un extracto de todos los catálogos de Buenos Aires que ha podido proporcionarme el gallego del boliche. Por cierto que tardó mucho en encontrarlos.

Y emprendieron otra vez la marcha en silencio. Octavio lo rompió al cabo de un instante diciendo: ¿De qué perfumista acostumbra usted á surtirse, condesa? No tengo ninguno conocido; entro indistintamente en la primer perfumería que encuentro. Pero al menos tendrá usted una marca predilecta. Tampoco; nunca me fijo en los rótulos de los frascos.

Algunas obras de Montiano, Porcell, Arriaza, Olavide, Feijóo, un tratado del lenguaje de las flores y la Guía del comadrón, completaban el repertorio. Al lado, y como formando juego con este templo literario, estaba una tienda de perfumería y de bisutería con algunos objetos de caza, de tocador y de encina, que todo esto formaban comercio común en aquellos días.

Afirmo dijo Lacour que al encontrar en la calle uno de estos atados lo habría creído procedente del bolso de una dama ó un olvido de dependiente de perfumería... todo, menos un explosivo. ¡Y con esto, que parece fabricado para los labios, puede volarse un edificio!... Siguieron su camino. En lo más alto de la montaña vieron un torreón algo desmoronado. Era el puesto más peligroso.

Los botones, las etiquetas de perfumería, las cintas de cigarros, los sellos de correo, las plumas de acero usadas, las cajas de cerillas vacías, las mil cosas informes, fragmentos sin uso ni aplicación, rayaban en lo incalculable.

Un escaparate de perfumería de buen tono le sugirió una idea feliz: había echado sus canas al aire de una manera indecorosa, sin aliñarlas y componerlas con el negro disimulo del tinte, y aquella hermosa tienda le ofrecía ocasión de remediar tan grave falta, inaugurando allí la campaña de restauración de su existencia, que debía comenzar por la restauración de su averiado rostro.

Surgía de su cabellera negra peinada a la diabla, con gracioso descuido; de su cuerpo esbelto, del revoloteo de sus faldas. Era una esencia sobrenatural que seguramente no podía comprarse en perfumería alguna, que tal vez era un engaño de la imaginación, pero se le subía a la cabeza como el más fuerte de los vinos. Ninguna mujer, al pasar junto a Maltrana, olía así.

Los admiradores sonreían ante esta debilidad, pero muchas veces tenían que volver la cara, como mareados por el excesivo olor del diestro. Toda una perfumería le acompañaba en sus viajes, y las esencias más femeniles ungían su cuerpo al descender a la arena, entre caballos muertos, tripajes sueltos y boñigas revueltas con sangre.

Puesto el tesoro en el flamante portamonedas, siguió viendo cosas, y a cada instante emigraban de él las pesetas y los duros, ya para tomar algo de perfumería, ya para horquillas, ¡de que tenía tanta falta!, bien para una peina modesta, bien para papel de cartas, con su elegante timbre de iniciales.

Una mujer elegante, de las que aquí no se usan, trayendo sus ropas y sombreros de París, su perfumería de Londres, y además amiga de reyes... Como si dijéramos marcada con el hierro de las primeras ganaderías de Europa... Andaban como locos tras de sus pasos, y la niña les permitía ciertas libertades, queriendo vivir entre ellos como un hombre.

Palabra del Dia

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