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Una tempestad que volcaba muchos navíos dentro del río de Lisboa alcanzábale en pleno Océano montando una carabela maltratada por la navegación en los mares de la India y que hacía agua por todas partes. Cree que Pinzón se ha perdido en el otro buque y que sólo queda él para dar al mundo la gran noticia: la gran noticia que todos ignorarán si él perece.

En ellos perece quien los ama. Y cuando el rey profeta, con ser tan conforme al corazón del Señor y tan su valido, y cuando Salomón, a pesar de su sobrenatural e infusa sabiduría, fueron conturbados y pecaron, porque Dios quitó su faz de ellos, ¿qué no debo temer yo, mísero pecador, tan joven, tan inexperto de las astucias del demonio, y tan poco firme y adiestrado en las peleas de la virtud?

Para la custodia de esta joya, tanto más que la fortaleza, importan la modestia y el constante cuidado. Conviene no desechar el temor de perderla, y conviene huir del peligro, porque quien ama el peligro en él perece.

El cochero es Pedro Real, que lleva al lado a Adela, en la imperial, Juan y Lucía, adentro, con la gente mayor, que es muy respetable, pero no nos hace falta para el curso de la novela, Ana sentada entre almohadas, muy mejor con el gozo del viaje, con su cuaderno de apuntes en la falda, para copiar lo que le guste del camino, que ya le perece que está buena, y Sol a su lado, con un vestido de sedilla color de ópalo, tranquila y resplandeciente como una estrella.

Los límites de esta provincia, considerando inclusos en ella todos los treinta pueblos, me perece deberían ser los siguientes: por la banda del norte, el río Tebicuari, desde sus cabeceras hasta el estero de

-Yo soy -respondió don Quijote-, que vengo a suplir tus faltas y a remediar mis trabajos: véngote a azotar, Sancho, y a descargar, en parte, la deuda a que te obligaste. Dulcinea perece; vives en descuido; yo muero deseando; y así, desatácate por tu voluntad, que la mía es de darte en esta soledad, por lo menos, dos mil azotes.

Sencillo y sublime lenguaje. No quiere decirse con esto que se hayan acabado las tempestades; empero lo que ha terminado es la ignorancia, la turbación y el vértigo que producen la obscuridad del peligro, y lo peor de todo peligro, el lado fantástico. A lo menos, si se perece sábese el por qué.

Tuve, pues, el presentimiento de una desgracia, y dije para : «Alguien perece.» Y era la pura verdad. Una embarcación de práctico, que á pesar de lo embravecido del mar había salido para librar del peligro del paso á un buque mercante, perdió uno de sus hombres, y aun la embarcación estuvo á punto de zozobrar. El desgraciado dejaba tres hijos y su mujer embarazada.

Y yo, al leerlo, pensaba: «¡Todavía los turcos encuentran armenios que degollar!»; y recordaba con cuánta razón, aunque el consuelo aparezca, viniendo del diablo, Mefistófeles adoctrinaba a Fausto diciéndole: «En vano un día tras otro amontono torbellinos, huracanes, incendios, volcanes y lluvias; extirpo al hombre, creo extirparlo, de la superficie de la Tierra; ¡pero no lo logro en definitiva, porque aquella maldecida simiente de Adán, jamás perece y siempre germinal, siempre brota, en ancho río, una sangre vigorosa y nueva!».

8 ¿Cómo no será para mayor gloria el ministerio del Espíritu? 11 Porque si lo que perece es para gloria, mucho más será para gloria lo que permanece. 12 Así que, teniendo tal esperanza, hablamos con mucha confianza; 15 Y aun hasta el día de hoy, cuando Moisés es leído, el velo está puesto sobre el corazón de ellos.