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Todos gritaban, reclamando para el diestro los honores de la maestría. Debían darle la oreja. Nunca tan justa esta distinción. Estocadas como aquella se veían pocas. Y el entusiasmo aún fue mayor cuando un mozo de la plaza le entregó un triángulo obscuro, peludo y sangriento: la punta de una de las orejas de la fiera.

Me parece que aún estoy viendo a aquella respetable cuanto iracunda señora con su gran papalina, su saya de organdí, sus rizos blancos y su lunar peludo a un lado de la barba. Cito estos cuatro detalles heterogéneos, porque sin ellos no puede representársela mi memoria.

Era el marqués en extremo peludo, y la reina Isabel solía llamarle Robinsón Crusoe, porque, según aseguraba, sólo con la cara de su ministro plenipotenciario podía figurarse al famoso náufrago vestido de pieles en su isla desierta.

Ocupóse, lo primero, en buscar la presidenta, piedra fundamental de todo el edificio, y un nombre ilustre que había de llevarse tras de cuanto grande, bueno y respetable encerraba la corte; acudió primero a su mente la marquesa de Villasis... Mas las teorías conciliadoras del peludo diplomático juzgaban necesario allegar otros elementos, y pensó entonces en la condesa de Albornoz para el cargo de vicepresidenta.

Y Tòni contraía el peludo rostro con sonrisa de gula viendo por anticipado el restorán famoso del puerto, sus salones crepusculares oliendo á marisco y á salsas picantes, y sobre la mesa el hondo plato de pescado con un caldo suculento teñido de azafrán. Pero ahora Ulises había perdido su vigorosa alegría de vivir. Contemplaba la ciudad con ojos amorosos pero tristes.

Ese de África es colmillo vivo; pero por Siberia sacan de los hielos colmillos del mamut, que fue el elefante peludo, grande como una loma, que ha estado en la nieve, en pie, cincuenta mil años.

Pasóseles por alto a todos los demás este pequeño incidente, distraídos con la negra pintura de la situación actual, que deliberadísimamente les hacía el peludo diplomático; sabía muy bien que eran el brazo derecho de los políticos de la Restauración las señoras de la grandeza, y tenía él a su cargo enardecer y dirigir el celo de tan ilustres conspiradores.

Con todo, un punto suspiró quedito, estremeciéndose. El frío de la noche penetraba, aun cerrados los cristales, a través de las rendijas. Levantose el viajero, y sin mirar que en la rejilla había un envoltorio de mantas, abrió su propio maletín y sacó un chal escocés, peludo, de finísima lana, que delicadamente extendió sobre los pies y muslos de la dormida.

167 Entro y salgo del peligro sin que me espante el estrago, no aflojo al primer amago ni jamás fi gaucho lerdo: soy pa rumbiar como el cerdo, y pronto caí a mi pago. 168 Volvía al cabo de tres años de tanto sufrir al ñudo resertor, pobre y desnudo, a procurar suerte nueva; y lo mesmo que el peludo enderecé pa mi cueva.