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Actualizado: 24 de junio de 2025
Manos a la obra. Lo primero era romper la primitiva para coger el oro y la plata, pasando a la nueva la calderilla, con más de dos pesetas en perros que al objeto había cambiado en la tienda de comestibles. Romper la olla sin hacer ruido era cosa imposible. Permaneció un rato sentado en una silla junto a la cama, con las dos huchas sobre esta, acariciando suavemente la que iba a ser víctima.
Llegó la hora de los discursos, después de los cánticos, en que la voz de algunas revelaba, mejor que su cuerpo, los misterios fisiológicos por que estaban pasando.
Mientras de este modo se enardecía el espíritu y se exaltaban los sentidos de aquellos bárbaros, iba pasando mucho tiempo, más tiempo del que yo quería que pasase sin poner en ejecución mi pensamiento. Habían sonado las nueve, las diez, casi las once.
El viejo marinero señaló a Febrer ciertas cuevas abiertas como ventanas en las paredes más rectas e inaccesibles del islote. Ni las cabras ni los hombres podían llegar a ellas. El tío Ventolera sabía lo que se ocultaba más adentro de sus negras gargantas. Eran colmenas; colmenas que tenían siglos y siglos, refugios naturales de las abejas que, pasando el estrecho entre Ibiza y el Vedrá, venían a refugiarse en estas cuevas inaccesibles luego de haber revoloteado sobre los campos de la isla.
Sin calmarse un momento la agitación de la gente de tierra, los marineros que aun quedaban en ella fueron poco á poco pasando á la lancha: el último entró el Tuerto, después de haber dado un estrecho abrazo á su padre y á su vecino, que le acompañaron hasta la orilla. Nada quedaba de común, sino el corazón, entre los embarcados y la gente de tierra.
Sólo yo podía sentarme en él sin profanarle, y sólo yo me sentaba, ejercitando en ello un derecho a la vez que cumplía con un deber, en opinión de aquellos rústicos que me habían jurado, en el fondo de sus corazones, obediencia y lealtad, cuando mi tío, ya moribundo, «me alzó sobre el pavés» al borde de su lecho y delante de la Hostia consagrada. «El rey ha muerto. ¡Viva el rey!» Si es lícito usar ejemplos insignificantes en asuntos de gran monta, como alguien dijo en latín, no dejó de haber algo de ello en lo que me había pasado entonces a mí, y aún me estaba pasando en los días subsiguientes.
Bastan las indicaciones anteriores para comprender que Timoneda no se distinguía por su originalidad, y pasando aún más allá, podemos también decir que ni aun entre los imitadores ocupa elevado puesto. Sus invenciones, siempre que no se apropia las ajenas, son por lo general disparatadas, ya triviales hasta el exceso, ya absurdamente fantásticas.
Parecíame que el velo de mi mantilla no era bastante tupido para evitar que las gentes leyeran en mi cara lo que me estaba pasando. »Al entrar en la berlina, dije al lacayo en el momento de ir a cerrar la portezuela: » Imperial, 15.»
España, cuando duda de sus reyes y no tiene fe en el catolicismo, es como un cojo que suelta las muletas y se viene al suelo. Sin el trono y el altar no somos nadie; y la prueba la tienes en lo que nos está pasando desde que tuvimos revoluciones.
Pues, hijo, si en las nueve cartas que usted me ha escrito lo ha repetido cuarenta y una veces... Lo llevo por cuenta. Entonces será para decírselo la cuarenta y dos. Lo que nos está pasando, Gloria, parece una novela. No hace siquiera tres meses que la he conocido, y creo que he vivido tres años desde entonces. ¡Cuánto cambio! ¡cuánta peripecia!
Palabra del Dia
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