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Actualizado: 15 de junio de 2025


Por si no me equivocaba, conté la historia de Luz desde que tuvo uso de razón, desde el día en que vino al mundo; su carácter, su inocencia; mis incesantes afanes porque la conservara, porque no supiera jamás entre qué inmundicias había caído..., en fin, porque no se pareciera a su madre ni tomara en su ejemplo la menor disculpa para no ser buena, si algún día se obraba milagro de que aquel corazón tan puro llegara a corromperse: de todo esto hablé; y después de hablar de ello, hablé de sus extrañas fantasías, origen de unos amores que, por nacer como nacieron, parecían providenciales; de mi súbito cambio de costumbres, de mis esperanzas..., de mi soñada felicidad, que sólo consistía en que jamás turbara la de Luz el ruido de los escándalos de su madre.

El enviado de la princesa ofreció quinientos mil, seiscientos mil, sin que el matrimonio pareciera enterarse de lo que representaban estas cifras... La princesa se impacientó, lamentando que esto no ocurriese en Rusia y en sus buenos tiempos. Su Alteza era así... ¡Pero tan buena!

Quedaba un pico flotante, y ese le aprovecharía don Santiago para ciertos negocios sencillos que le entretuvieran sin atarearle; verbigracia, descuentos de pagarés con buenas firmas, y algún préstamo sin usura ni abuso que se le pareciera. Porque a don Santiago se le harían las horas eternas con un hijo solo y sin negocios que le preocuparan. No sabía otra cosa.

Lo que faltaba de ella hasta la exactitud, me la dio al otro día la enferma diciéndome que deseaba «hablar con su confesor». ¡Temió la inocente que me pareciera demasiado oírla decir que «quería confesarse»! » Y vino el confesor poco después. ¡La nota triste que faltaba en el cuadro de mis tribulaciones! »Sin salir el cura de la habitación de Luz, llegó el médico.

Pero nada en su expresión revelaba, al anuncio del careo a que iba a ser sometido, que la prueba le pareciera temible.

Y para que una cosa pareciera tal, bastaba que se repitiera periódica o accidentalmente, como las visitas del buhonero o del afilador. Nadie sabía dónde vivían aquellos hombres errantes, ni de quién descendían; y, ¿cómo podría decirse quiénes eran, a menos de conocer a alguien que supiera quiénes eran su padre y su madre?

El portero, que era hombre de mal genio con los humildes, le contestó con muy desagradable talante que no estaba. Lázaro se quedó parado un buen rato, mirando al portero, como si le pareciera inverosímil la declaración de aquella sibila con gabán galonado. Este creyó que no lo había dicho bastante claro, y repitió: ¡No está!

El tipo de una perfecta organización de joven, pero ingenua y verdadera en su perfección, de una inocencia instintiva, de un pudor heroico, ese tipo, revestido de la más celeste idealidad, es a Bernardino de Saint-Pierre a quien estaba reservado producirlo; es la deliciosa y conmovedora figura de Virginia, concepción fresca, pura, inimitable, que su ingenuidad y su candor han hecho popular, aunque ella emane de lo alto, aunque su gracia angélica pareciera participar menos de las invenciones de un poeta que de las revelaciones de un dios.

A veces era tan fino el tapiz de yerba menuda entre brezales rastreros y apretados, que resbalaban sobre él los caballos con mayor frecuencia que sobre los pedruscos y lastrales del camino andado por la finde del valle; pero como había espacio abundante y desembarazado en todas direcciones, aprovechaba yo bien estas ventajas para cuartear a mi gusto la subida e ir ganando la altura por donde mejor me pareciera.

Allí estaba en su casa, era dueño de ir donde mejor le pareciera, examinando todo, interesándose por todo, tomando conocimiento de todo lo que existía en ella hasta en los escondrijos más oscuros y olvidados. La experiencia que Juan adquirió viviendo constantemente en esta labor, lo puso en breve al corriente de lo que debe saber un maestro cristalero.

Palabra del Dia

rigoleto

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