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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Sacaba de aquí que despues de la imponderable dicha de ser baron de Tunder-ten-tronck, era el segundo grado el de ser la señorita Cunegunda, el tercero verla cada dia, y el quarto oir al maestro Panglós, el filósofo mas aventajado de la provincia, y por consiguiente del orbe entero.

Del arribo de Candido y Martin á la costa de Inglaterra, y de lo que allí viéron. ¡Ay Panglós amigo! ¡ay amigo Martin! ¡ay amada Cunegunda! ¡lo que es este mundo! decia Candido en el navío holandés. Cosa muy desatinada y muy abominable, respondió Martin. Vm. ha estado en Inglaterra: ¿son tan locos como en Francia?

Cosa natural era pensar que despues de tantas desgracias Candido casado con su amada, viviendo en compañía del filósofo Panglós, del filósofo Martin, del prudente Cacambo y de la vieja, y habiendo traído tantos diamantes de la patria de los antiguos Incas, disfrutaria la vida mas feliz; pero tanto le estafáron los Judíos, que no le quedáron mas bienes que su pobre cortijo.

Candido perdió el sentido, y Panglós le llevó un trago de agua de una fuente inmediata. Habiendo hallado el siguiente dia algunos manjares metiéndose por entre los escombros, cobráron algunas fuerzas, y trabajáron luego, á exemplo de los demas, en alivio de los habitantes que de la muerte se habian librado.

Siempre me estoy en mis trece, respondió Panglós; que al fin soy filósofo, y un filósofo no se ha de desdecir, porque no se puede engañar Leibnitz, aparte que la harmonía preestablecida, es la cosa mas linda del mundo, no ménos que el lleno y la materia sutil. De como topó Candido con Cunegunda y con la vieja.

Esta nueva aventura les dió márgen á que filosofaran mas que nunca. En la vecindad vivia un derviche que gozaba la reputacion del mejor filósofo de Turquía. Fuéren á consultarle; habló Panglós por los demás, y le dixo: Maestro, venimos á rogarte que nos digas para que fué formado un animal tan extraño como el hombre? ¿Quién te mete en eso? le dixo el derviche: ¿te importa para algo?

Miéntras se daban cuenta de sus aventuras Candido, el baron, Panglós, Martin y Cacambo; miéntras que discurrian acerca de los sucesos contingentes ó no contingentes de este mundo, que disputaban sobre los efectos y las causas, sobre el mal moral y el mal físico, sobre la libertad y la necesidad, sobre los consuelos que puede recibir quien está en galeras en Turquía, aportáron á las playas de la Propontis, junto á la morada del principe de Transilvania.

Yo por mi no se le daré á nadie, porque me voy á morir luego. ¡O Panglós, exclamó Candido, qué raro árbol de genealogía es ese! ¿fué acaso el diablo su primer tronco?

Enternecido y movido á compasión con esta idea, los contempló con mayor atencion, y dixo á Cacambo: Por mi vida, que si no hubiera visto ahorcar á maese Panglós, y no hubiera tenido la desgracia de matar al baron, creeria que son esos que van remando en la galera. Oyendo los nombres del baron y de Panglós, diéron un agudo grito ámbos galeotes, se paráron en el banco, y dexáron caer los remos.

Zafóse Candido asustado, y el miserable dixo al otro miserable: ¡Ay! ¿con que no conoces á tu amado maestro Panglós? ¿Qué oygo? ¡vm., mi amado maestro! ¡vm. en tan horrible estado! ¿Pues qué desdicha le ha sucedido? ¿porqué no está en la mas hermosa de las granjas? ¿qué se ha hecho la señorita Cunegunda, la perla de las doncellas, la obra maestra de la naturaleza? No puedo alentar, dixo Panglós.

Palabra del Dia

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