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Hablando con Isidro por vez primera, le había hecho el elogio de su ciudad. Cuando Buenos Aires no era más que Buenos Aires a secas, una aldea mísera, nosotros éramos el reino del Tucumán. Los porteños, ahora tan orgullosos, datan de ayer, son en su mayor parte hijos de gringos emigrantes. Nosotros somos nobles. Usted, que es español, conocerá sin duda nuestro apellido: Vargas del Solar.

No obstante, consiguió hacerlo, y los peatones se marcharon muy orgullosos de haber recibido el encargo de comunicar la primera batalla y la victoria. En la sala grande se habían reunido muchos montañeses que se calentaban cerca del hogar y hablaban con animación.

Dueños nosotros del campo, y sin enemigos a la vista, parecía natural que fuéramos sobre Bailén; pero el ejército volvió hacia Menjíbar para repasar el río, movimiento que no fué por nosotros comprendido. Muy orgullosos estábamos, y especialmente los inexpertos paisanos no cabíamos en el pellejo. ¡Hoy es día del Carmen! exclamó don Diego . ¡Viva la Virgen del Carmen, y mueran los franceses!

Los administradores y los curas, no ocupándose mas que de sus intereses particulares, abandonan todos sus derechos de autoridad á estos orgullosos caciques, que no tienen el menor escrúpulo en abusar de ella á su antojo; y como hoy en dia ni la religion, ni las costumbres severas de los Jesuitas ponen freno á sus desarreglos, beben continuamente la chicha de maiz hasta embriagarse, administrando entónces la justicia segun sus caprichos.

El ruido de los carruajes, el arrastre de los tranvías, todo el estrépito de la vida moderna pasaba, sin rozar ni conmover esta institución antiquísima, que permanecía allí tranquila, como quien se halla en su casa, insensible al paso del tiempo, sin fijarse en el cambio radical de cuanto le rodeaba, incapaz de reforma alguna. Mostrábanse orgullosos los huertanos de su tribunal.

Los premios dados por el Gallego no eran gran cosa: un billete de veinte pesos, pañuelos de vistosos colores, un tarro de ginebra; pero los gauchos, orgullosos de sus espuelas, de su cinturón y de su cuchillo con mango de plata, venían á triunfar por el honor y la gloria, regresando á sus ranchos satisfechos de haber demostrado su guapeza ante los gringos trabajadores, incapaces de montar un caballo bravo.

Habían visto cosas extraordinarias, salvando dificultades no creíbles, y se sentían gordos, orgullosos y facultados para tomar la decisión más estrafalaria que ocurrírseles pudiera. En este estado de énfasis, vieron a cien metros de ellos varias vacas detenidas a orillas del camino, y encaminándose allá llegaron a la tranquera, cerrada con cinco robustos palos.

Acababa de comprobar una vez más que, a la primera mención de los prodigios de una humilde enclaustrada, todos los otros temas decaían; y los más recios hidalgos, orgullosos de sus linajes, de sus caudales, de sus cicatrices, inclinaban la cabeza como empequeñecidos ante la sublimidad de la gloria penitente.

Los españoles orgullosos con las victorias alcanzadas en todo el siglo XVI no advirtieron los males que comenzaban á fatigar estos reinos, ni quién era el único causador. Ya en el XVII habian arreciado de tal manera que fué preciso buscar el remedio, si no se queria ver hundida para siempre en la mayor miseria la península hispánica. Pero ya todo era en vano.

Por influencia del clima, como ocurre al indio, el moro es apático y abandonado; reservado y suspicaz, pocas veces á entender sus pensamientos, que oculta hasta en lo más insignificante y baladí. Celosos de su nobleza, que fundan en larguísimos abolengos, son extremadamente orgullosos.