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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Al acercarse a su mujer se le ocurrió recordar al moro de Venecia, de cuya historia sabía por la ópera de Rossini; sí, él era Otello y su mujer Desdémona... sólo que al revés, es decir, él venía a ser un Desdémono y su esposa podía muy bien ser una Otela, que genio para ello no le faltaba. Lo principal, por lo pronto, era averiguar si dormía.
Vamos a ver, decía el órgano: ¿Qué guarda el porvenir? ¿Qué va a ser de tu hijo? ¿Qué es la vida? ¿Importa vivir, o no importa? ¿Es todo juego? ¿Es todo un sueño? ¿Hay algo más que la apariencia?... Y la música, de repente, la tomaba por otra parte sin lógica, sin formalidad; empezaba a decir una cosa y acababa indicando otra.... Hasta que por fin Reyes notó que el organista estaba tocando variaciones sobre la Traviata, ópera entonces de moda.
En materia de teatros públicos solo ví tres, y no creo que haya mas: el de Fenice, que es el principal y muy bueno; el de Apolo, y el de la Malibran: no habia compañía de ópera cuando yo estuve.
La gente se imagina sin razón que es la Opera un mercado de placeres y una escuela de libertinaje. Nada de eso: se encuentran allí virtudes en mayor número que en ningún otro teatro de París. ¿Por qué? porque la virtud es allí más apreciada que en ninguna otra parte.
En Paris hay teatros para todos los géneros y públicos: teatro para la ópera francesa, teatro para la ópera italiana, teatro para la grande ópera, para vaudeville, para la tragedia, para los furibundos melodramas de horca y cuchillo, para la buena comedia, para todo.
En los libros del amenísimo Arsenio Houssaye y en la interesante «Correspondencia» de Diderot con Grimm hallamos abundantes noticias relativas á María Ana Camargo, la bailarina más célebre de la Gran Opera, de París, en el siglo XVIII.
Así se explicaría mejor lo que sin llegar a ser imposible frisa en inverosímil: que a Ignacio le suceda algo de muy semejante a lo que sucede al tenor Fernando en la linda ópera titulada La Favorita.
Habían bajado la gran escalera del club; estaban en el vestíbulo, ella envuelta en una capa de seda con bordados de oro y ricas pieles, que le recordaba sus salidas de la Opera de París; él con el gabán abierto y un sombrero flexible forrado de seda.
En efecto, al cabo de una hora vino muy sonriente y satisfecho y sufrió con alegría la matraca que sus amigos le dieron por haber dejado al sobrino abandonado. Al otro día después de paseo le llevó a casa de unos amigos, donde se ensayaban hacía ya tiempo dos actos de ópera que debían cantarse y representarse en el cumpleaños de la señora.
Pero Leonora no podía vivir lejos de la escena; las grandes damas huían de ella en el campo, y Leonora quería que la aplaudiesen y festejasen. Decidió a Selivestroff a trasladarse a San Petersburgo y cantó en la ópera todo un invierno, como una gran señora, convertida en artista por entusiasmo. Volvió a ser la mujer de moda.
Palabra del Dia
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