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Si nos fuera dado penetrar en el misterioso laboratorio de las almas y se reconstruyera la historia íntima de las del pasado para encontrar la fórmula de sus definitivos caracteres morales, sería un interesante objeto de estudio determinar la parte que corresponde, entre los factores de la refinada perversidad de Nerón, al germen del histrionismo monstruoso depositado en el alma de aquel cómico sangriento por la retórica afectada de Séneca.

¡Qué cambio el de nuestros tiempos, amigo Ojeda! ¡Qué transformación de valores!... El oro y el comercio, que en otras épocas sólo eran para la gente despreciable acorralada en las juderías, reinan ahora como fuerzas directoras del mundo... Y si lo duda usted, ahí tiene al amigo de los bigotes tiesos que nos preside, místico y guerrero como Lohengrin, músico y genial como Nerón, siempre con coraza y casco de aletas, y que, sin embargo pasará a la Historia con el título de primer viajante de comercio de nuestra época.

¿Pues á quién he de admirar? ¿á quién he de admirar? ¿A los tiranos? ¿A Nerón, matando á Séneca; á Felipe II, asesinando á Egmont y á Lanuza; á Luis XV, descoyuntando á Damiens? Era preciso enseñar á los franceses que no debía haber otro Ravaillac. Pues la lección no hizo efecto, porque hace treinta años que un Rey murió en un patíbulo. ¡Esos son tus semidioses, esos! exclamó Elías con furia.

Colonia, la vieja Colonia de Agrippina, patria de la madre de Neron, como del admirable Rubens, un tiempo gobernada por Trajano, antigua capital de la «Germania inferiorsucesivamente opulenta y gloriosa, miserable y conquistada, miembro poderoso de la «Liga anseáticaciudad feudal, ciudad-libre imperial, dominada por arzobispos y generales, presa del imperio germánico, de la república y del imperio de Francia, y aun de los Rusos en 1814; Colonia, la metrópoli comercial del Rin aleman, es acaso la mas histórica de todas las ciudades alemanas, la que ha pasado en su larga existencia por una serie mas complicada de acontecimientos diversos, la que ha ejercido mas poderosa influencia en las comarcas del Rin, y la que por los numerosos contrastes de su modo de ser ha ofrecido ejemplos mas elocuentes de lo que influyen las instituciones políticas y religiosas sobre las costumbres de los pueblos.

Sólo te quiero enseñar antes de volverte a llevar donde te he encontrado, concluyó Asmodeo, una casa donde dicen especialmente que no las hay este año. Quiero desencantarte. Al decir esto pasábamos por el teatro. Mira allí me dijo a un autor de comedia. Dice que es un gran poeta. Está muy persuadido de que ha escrito los sentimientos de Orestes, y de Nerón, y de Otelo... ¡Infeliz! ¿Pero qué mucho?

El protagonista es un mal médico, semejante á aquél, de quien dice lo siguiente Tirso de Molina: Más almas tiene en el cielo Que un Calígula ó un Nerón; Donde pasa todos gritan: Allá va la Extremaunción.

Allí me encontraba dormida con frecuencia a eso del mediodía, y no era cosa fácil sacarme del nicho, pues Nerón, que por lo demás era un perro tan bueno y tan cariñoso, enseñaba los dientes a cualquiera que franqueaba el círculo que su cadena le permitía recorrer, aun cuando éste fuera su amo. Mi cariño se extendía hasta las plantas.

«Ahora, las piezas de artillería se dijo ya no son «la última razón de los reyes», pero lo son de los pueblos. Hemos adelantado pocoTodos estos cañones verdes tenían su nombre propio, lo mismo que un buque ó un regimiento. Uno se llamaba Nerón, otro Tiberio; más allá abrían su redonda boca el Robusto y el Roncador.

De repente, hizo presa en aquellos adornos, y en un segundo los devoró, escupiéndolos después como negras pavesas, que revoloteaban sobre las cabezas de la muchedumbre. Los monigotes, firmes y en pie, ardían como grandes antorchas con un inquieto plumaje de llamas. Andresito recordaba los cristianos embreados que iluminaban con sus cuerpos el camino de Nerón.

12 Mujer, llora y vencerás, fiesta que se representó á SS. MM., de D. Pedro Calderón. 1 Dicha y desdicha del nombre, de D. Pedro Calderón. 2 Euridice y Orfeo, de D. Antonio Solís. 3 Séneca y Nerón, de D. Pedro Calderón. 4 La paciencia en los trabajos, del Dr. Felipe Godínez. 5 Los Médicis de Florencia, corregida y enmendada, de D. Diego Jiménez de Enciso.