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Madrazo mismo, tan superior artista, no hizo mas que vegetar brillantemente en el arte divino de Rafael, de Rubens y Murillo. Perdóneseme, pues, que solo me detenga en lo mas sobresaliente, sin hacer mas que apreciaciones someras. La verdadera maravilla de Madrid es, sin disputa, el Museo de Pintura y Escultura, situado en el paseo del Prado.

El museo, monumento social de cuya posesion se enorgullecen los vecinos de Valladolid, me pareció el lugar mas adecuado para un auto de fe contra las herejías artísticas.

Luego su índice trazaba una raya en el aire pasando por encima del puerto, é iba á apuntar sobre la eminencia de la izquierda, ó sea el peñón de Mónaco, un edificio cuadrado y enorme que descendía sus muros hasta las olas, un palacio nuevo, cuya piedra guardaba aún la blancura de la estearina en esta atmósfera pocas veces rayada por la lluvia: el Museo Oceanográfico.

Cristo, en torno de cuya cabeza se percibe un tenue resplandor que indica su divinidad, tiene contraídas las facciones por un gesto de dolor, y en pago de su dulce conmiseración, mira amorosamente al pequeñuelo. El ángel se parece algo al retrato de la supuesta doña Juana Pacheco, del Museo del Prado.

Ese museo hace honor á España y merece bien la codicia con que lo miran los artistas extranjeros. El vasto edificio, construido ad hoc, contiene en sus numerosos salones cerca de 2,000 cuadros pertenecientes á todas las escuelas de pintura, entre los cuales no sería dificil contar centenares de obras maestras ó de gran mérito.

La coleccion de cuadros de pinturas que se halla en la parte baja no contiene obras bien dignas de atencion. No sucede lo mismo respecto del bello y rico Museo Stoedel, fundado por un opulento negociante de ese nombre.

No me detendré en descripciones inútiles sobre la gran masa ó el conjunto, porque todo el mundo sabe lo que es un museo, y los libros de guias ofrecen al viajero cuantos detalles necesita. Solo citaré especialmente lo que, en mi concepto y segun las impresiones recibidas, constituye el gran mérito del Museo Británico, dándole ventaja sobre los mas afamados de Europa.

Hoy la Torre de Londres no es una fortaleza, sino apenas un museo de guerra, es decir, el museo de la muerte; ó sea una lápida de la tumba de ocho siglos de violencias, de crímenes y de gloriosas revoluciones tambien. Una las torres se llama la sangrienta: fué en su recinto donde tuvo lugar el horrible asesinato de los hijos de Eduardo IV, en 1488.

¡Cuán grande y noble aparece la humanidad, contemplando sucesivamente, en diferentes salones del Museo, la imágen de misma que ella ha ido dejando trazada, siglo por siglo, en innumerables monumentos, como el testimonio elocuente de sus progresos, de su destino, de su inmortalidad, de su inteligencia y de los prodigios de su fuerza y su libertad!

Allí se pueden apreciar y comparar todas las escuelas, en cuadros de primer órden cuyo valor es incalculable. Si los salones destinados á la pintura española son opulentos, la cosa es natural. Pero esa riqueza incomparable está equilibrada por la de los cuadros pertenecientes á las escuelas holandesa y flamenca, en que el Museo de Madrid es superior á todos los demás de Europa.