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Actualizado: 17 de junio de 2025
Probablemente, señor Fígaro, después de haber sido gran abogado, hubiera vestido una toga, hubiera calentado acaso una silla ministerial, y el Consejo de Castilla me hubiera recogido al fin de mis días en su seno, donde hubiera muerto descansadamente, dejando fama imperecedera. Las circunstancias, sin embargo, me lo impidieron.
Según la Gaceta Ministerial, todos los días era derrotado un ejército francés, y todos los días ocurría en Francia una insurrección para destronar al azotador de Europa. ¡Ah!, entonces corrían unas bolas, junto a las cuales son flor de cantueso las equivocaciones del moderno telégrafo.
Y cuando se mueran del todo allá para el año 1950 , entonces se podrá pensar en sustituirlos con algunos hombres jóvenes, como D. Melquiades Alvarez, por ejemplo, o el doctor Simarro... Si yo fuese un escritor ministerial, ¡qué artículo haría acerca de las últimas elecciones! Nos han derrotado en las grandes ciudades diría , pero esto no nos extraña.
Terminó la vergonzosa alianza de la que se afrentaba Rafael, justamente cuando su partido ocupaba de nuevo el poder y volvía él a sentarse en los escaños de la derecha, cerca del banco ministerial, en su calidad de diputado antiguo. Había llegado el momento de trabajar; a ver si de un buen empujón lograba abrirse paso.
Y mientras el emisario salía, el doctor Eneene se esperezaba en la poltrona sin ceremonia, abriendo de par en par la boca, en un bostezo de corrección poco ministerial.
Y de que estas ideas son innatas, así me queda la menor duda, como pienso en ser nunca ministerial; porque, si no nacen precisamente con el hombre, nacen con el empleo, y sabido se está que el hombre, en tanto es hombre en cuanto tiene empleo.
La bazofia y los condumios del ama de gobierno le parecían los manjares más deliciosos; el duro taburete en que se sentaba, mucho más blando que un sillón ministerial; y el aspecto rústico que tenían todos los objetos que encontraba y de que servía en casa de su amigo, eran el complemento de sus mejores ilusiones.
Había desempeñado algunos cargos de importancia en la administración pública, y había estado a pique una vez de ser nombrado senador ministerial: este era el sueño de su vida; tenía bienes de fortuna, y gozaba mucha consideración entre sus deudos y amigos: para coronar, no obstante, el edificio de su respetabilidad, que piedra sobre piedra había ido levantando con trabajo durante muchos años, faltaba aquel remate; pero lo alcanzaría, no había quien lo dudase; la familia lo esperaba con afán; los amigos lo daban como seguro en un plazo más o menos breve.
Tras él iba también la turbamulta de buscadores de empleos, que formaban su séquito ministerial, y que, según la voz corriente en antesalas, jamás se desengañaba, y raras veces conseguía lo que buscaba, pues si bien el hombre era servicial y generoso, el ministro no tenía medios cómo satisfacer sus exigencias, siempre crecientes.
El ministerial, para concluir, es ser que dará chasco a cualquiera, ni más ni menos que su amo. Todas las esperanzas anteriores, sus antecedentes todos se estrellan al llegar al sillón; a cuyo propósito quiero contar un cuento a mis lectores.
Palabra del Dia
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