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Actualizado: 14 de junio de 2025
Así, Mefistófeles es chico diablo. Aunque sabe y puede bastante, está en una posición relativamente humilde, en la jerarquía de los espíritus. Se columbra que Goethe comprende a Dios por cima de la naturaleza, y llenándola toda e infundiendo en ella la hermosura y la vida.
Quería contar de un golpe toda la historia de sus amores: se extrañaba de que Aresti no sintiera el mismo entusiasmo que él y le escuchase con gesto irónico, que daba á su cara una expresión de Mefistófeles bondadoso. ¡Ay, qué tarde aquélla, en la que Pepita, paseando por su jardín de Las Arenas, y aprovechando una corta ausencia de su madre, le había contestado afirmativamente!
Mefistófeles, como Dios, gusta de oír sus epigramas y chistes y le emplea en sus altos designios de promover la actividad humana, anda bien avenido con Dios, suele hacerle visitas, y sale muy satisfecho de que Dios le trate con cordialidad y confianza. Por lo que se ve, el mal para nuestro poeta es chico mal y está subordinado al bien al cual concurre, a pesar suyo.
No sólo en poder, sino hasta en fealdad, superan a Mefistófeles aquellas antiguas creaciones. Aunque sea rápidamente, sin la detención que tan grande asunto reclama, y a fin de no extralimitarnos y dar a este trabajo una extensión impropia del objeto a que se destina, algo debemos decir de la segunda parte del FAUSTO. Varias personas han llamado al FAUSTO completo la Biblia del panteísmo.
Fausto ha deseado, ha buscado cuanto hay o puede haber de bello en la sociedad humana, en la mente, en la fantasía, en el arte y en la Naturaleza. Sólo no ha acertado a elevarse por cima de todo esto, en alas de la fe, y no ha buscado jamás en Dios el bien supremo. Mefistófeles era un diablo de buen humor, y sus bufonerías y chistes duran hasta lo último.
Quiere seguir a Fausto y cree notar que la mano de él está manchada con la sangre de Valentín; quiere salvarse y se ofrece a su pensamiento que ella ha asesinado a su madre y ahogado a su hijo. En todo el diálogo, cada exclamación, cada frase es una joya poética. El tiempo pasa, y crece el peligro en la demora. Mefistófeles aparece para dar priesa.
El acto, no bien desaparece Mefistófeles, termina con una escena mística, en una Tebaida celestial, donde los Padres del yermo, la Magdalena, la Samaritana, Santa María Egipciaca, la misma Margarita, y los doctores extáticos, seráficos y profundos, cantan dignamente de la caridad, de la redención, de la gloria y del amor divino, mientras el alma de Fausto sube al cielo en virtud de lo femenino eterno: expresión filosófica con que Goethe designa a la Madre de Dios o al concepto de que procede, y con que pone fea discordancia en los dichos cantares religiosos.
Faust maldice con furor a Mefistofeles, y este acusa a Faust con frialdad, y le prueba que es el quien ha deseado el mal, y que no le ha ayudado sino porque le habia llamado.
Aquella tarde, cuando juntos bajaban hacia la ciudad, el más animado, el más exaltado era Mefistófeles: Fausto callaba, meditando en lo comprometidos y engorrosos que son ciertos enredos en poblaciones de provincia, donde uno tiene madre y hermanas. Mefistófeles, ¡pobre diablo!, no se cansaba, entre tanto, de ponderar los primores del grumete.
Fausto se siente tan rebajado de apelar a la inmunda poción de la bruja, a fin de recobrar la mocedad, que casi está a punto de quedarse viejo y de romper desde el principio el pacto con Mefistófeles sospechando lo poco que el diablo puede, y vale y lo más poco que de él puede esperar un noble espíritu. El bien del diablo vale tan poco como el mal.
Palabra del Dia
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