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Actualizado: 1 de junio de 2025


Los príncipes y señores orientales, cuando la victoria encumbraba a los portugueses, se postraban ante ellos y se les sometían medrosos; pero la sumisión era insegura y falsa. De aquí que el imperio portugués en la India fuese más brillante que sólido.

No peleaban por la salvación en la fuga. Peleaban sólo para vender caras sus vidas. Caras las vendían, en efecto, pero Morsamor notaba con angustia compasiva que sus fieles y devotos amigos iban cayendo también. De súbito el ronco clangor de retorcidas y bárbaras trompetas estremeció el ambiente. Mil y mil gritos salieron de las bocas de los indios, medrosos y aterrados.

El motivo, ó mejor dicho, la ocasión de exacerbarse el mal y de aparecer de repente con tan medrosos síntomas, era para todos un misterio. Esto no obstaba para que Doña Blanca empezase á temer que pudiera caer sobre ella el crimen de infanticidio por esquivar el delito de hurto.

Miles de carneros llamados por los pastores y hostigados por los perros, cuyo galopar confuso y alentar jadeante se perciben, amontónanse con prisa, medrosos e indisciplinados, hacia los apriscos.

Eran jóvenes de Palma que después de recorrer la ciudad disfrazados de berberiscos pensaron en «la francesa», avergonzados sin duda del aislamiento en que la tenían las gentes. Llegaron a media noche, turbando con sus canciones y guitarreos la calma misteriosa del convento, haciendo aletear medrosos a los pajarracos albergados en las ruinas.

La movilización acaparaba lo mejor, y los demás medios de transporte habían desaparecido con la fuga de los medrosos. Había que hacer á pie una marcha de quince kilómetros. El viejo no vaciló: ¡adelante! Y empezó á caminar por una carretera blanca, recta, polvorienta, entre tierras llanas é iguales que se sucedían hasta el infinito.

Tomé una linterna, y seguido por los más resueltos, dirigí mis medrosos pasos hacia el sitio de donde el grito pareciera proceder. La puerta de la sacristía estaba abierta y comprendí que mis sospechas se habían confirmado. Entramos.

Poco a poco, y aunque algo a la ventura, con el propósito de llegar al grande imperio del Catay, nuestros viajeros se internaron por tortuosas y revueltas cañadas, que a cada instante se tornaban más ásperas y solitarias. Por donde quiera breñas, matorrales y riscos, y con frecuencia despeñaderos medrosos, en cuyo borde resbaladizo se desenvolvía la apenas trazada senda que iba hollando.

Se oye de tiempo en tiempo el largo relincho y golpear del casco en el portón. Sale la vieja andando a tientas. Canta un gallo, y el hidalgo, hundido en su sillón de la antesala, espera con la mano sobre los ojos. De pronto se estremece. Ha creído oír un grito, uno de esos gritos de la noche, inarticulados y por demás medrosos. En actitud de incorporarse, escucha.

Arrepintióse al mismo tiempo, al ver los medrosos aspavientos del tío Frasquito, de haberle confiado en parte su secreto, y resolvió asegurar su silencio haciéndole creer que le alcanzaba a él también la inminencia del peligro.

Palabra del Dia

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