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Actualizado: 15 de octubre de 2025
Y los trajinantes de la Cordillera, al navegar por este océano de tierra roja, peñascos metálicos y dormidos lagos de borato, discernían con su justiciero espíritu la verdadera propiedad del largo camino. «Todo esto es de los marqueses que viven en Salta.» Y los marqueses eran los Vargas del Solar. Es nuestro y muy nuestro continuó Misiá Zobeida . Allá en nuestra casa guardamos los papeles.
El desconsuelo de aquella honrada mujer y el recuerdo de la cariñosa abnegación que la debla, eran el único vínculo con que la hija de los marqueses de Montálvez se sentía ligada a la casa paterna a medida que iba alejándose de ella por el camino de Francia. No era suya la culpa. Su corazón no podía dar otro fruto que el de las semillas que se habían depositado en él.
La cosa era inaudita, porque yo no le conocía ningún novio. Pero entonces lo arreglaban todo los padres, y lo raro es que a veces no salía del todo mal. Pues un joven de gran familia pidió su mano, y mis amos se la concedieron. Este joven vino a casa acompañado de sus padres, que eran una especie de condes o marqueses, con un título retumbante.
Uno de los marqueses, con repentino arrebato, aproximó su silla, rozándose toda la tarde con aquel Beethoven que hablaba en griego. Maltrana no tardó en percatarse del escaso valor de aquellas gentes.
Los periódicos publicaron largas columnas con la lista de los objetos como si se tratase de una liquidación. «Señores de L *: neceser de viaje en piel de Rusia guarnecido de plata. Señor de C *: juego de tocador en cristal de Bohemia. Marqueses de H *: bandeja de plata repujada.
Allí estaban el Barón de Castell-Bourdac, quien casi o sin casi es del Faubourg; dos príncipes rusos, descendiente uno de Gengiskan y otro de un compañero de Rurik; tres marqueses italianos; y una condesa polaca, de la clarísima estirpe de los Jaguelones.
En esto intervino en el motín el poderoso marqués de la Algaba, que trató de pacificar los inquietos ánimos, prometiendo al pueblo que sería atendido, con lo cual se apaciguó un poco, y cuando el Asistente envió á la Feria tropas parecieron haberse calmado los ánimos, mas tuvo la imprudencia de mandar prender algunos vecinos diciendo que había de ahorcarlos, y sabido esto, el día 9 se reprodujo con caracteres más alarmantes el alboroto, como lo relata el citado extracto del Discurso de la Comunidad: «Venida la mañana, la plebe irritada antes que intimidada, se lanzó á la calle dando desaforados gritos de venganza, y corrió en confuso tropel al palacio de los marqueses de la Algaba, pidiendo á estos señores el cumplimiento de la palabra que el día antes empeñara de alcanzar el perdón de los revoltosos.
He comido con los marqueses de Vegallana; eran los días de Paquito; se empeñaron... no hubo remedio; y no mandé aviso... porque era ridículo, porque allí no tengo confianza para eso.... ¿Quién comió allí? Cincuenta, ¿qué sé yo? ¡Basta, Fermo, basta de disimulos! gritó con voz ronca la de los parches.
Usted se nos va.... Los marqueses se van.... Visita se va.... Ripamilán ya se marchó... Vetusta antes de quince días se quedará sola; de la Colonia... ni un alma queda.... De la Encimada se ausenta lo mejor... quedan los pobres... los jornaleros... y nosotros. Nosotros no salimos este año. ¡Y qué triste es un verano entero en Vetusta!
También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España.
Palabra del Dia
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