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Actualizado: 19 de junio de 2025
El Sorsogon, que obedece las riendas de su timón con una precisión matemática, dobla el malecón del Sur plegando su bandera de saludos, con la que ha dado un cariñoso adiós al Marqués del Duero, una de las más hermosas naves de la Marina española.
Cuando estuvo en el extremo del malecón, se echó de bruces sobre el pretil y contempló con sombría fijeza las olas que llegaban. Estaba en el mismo sitio donde, hacía algunos años, había tenido plática con su tío para darle cuenta de que abandonaba a Cecilia y contraía matrimonio con Ventura.
Cuando al cabo de un cuarto de hora consiguió acercarse unas treinta brazas de la punta del Peón, largó un cabo, que uno de los botes trajo al malecón para ayudar a virar a la corbeta. ¡Capitán, capitán! gritó uno con voz estentórea desde el grupo. ¿Qué hay? contestaron del buque. ¿Viene a bordo el señorito de las Cuevas? Sí. Pues ojo con el señorito de las Cuevas... Los demás que se ahoguen.
Llegados al puerto, se dirigió a un quechemarín que estaba atado a una argolla, y bajó a él. No hay nadie. ¡Es magnífico! Hala, bajad. ¿Aquí? pregunté yo en el colmo del asombro. ¿Por qué no? ¿Qué importa robar un bote o un barco de vela? Es lo mismo. En el fondo tenía razón. Soltamos la amarra, y los tres, apoyándonos en la pared de un malecón, sacamos el queche fuera del puerto.
Miró, uno á uno, todos los botes automóviles, las balandras de regatas, los barcos de pesca y las goletas de cabotaje fondeadas en el pequeño puerto de la isla del Huevo. Quedó inmóvil ante las olas mansas que peinaban sus espumas en los peñascos del malecón bajo las cañas horizontales de varios pescadores burgueses. De pronto vió á Freya siguiendo la avenida por el lado de las casas.
Había en la explanada del Rompeolas dos grandes redes puestas a secar, y para no estropearlas pisando encima, me fui hacia el borde del malecón. Iba marchando de prisa, silbando, cuando de repente dos hombres se lanzaron sobre mí, me agarraron, y antes de que pudiera gritar me taparon la boca y me ataron los brazos. Creí que me querían tirar al agua, y mis pensamientos se reconcentraron en Mary.
Los que aquí, en la soberbia capital, solo conocen de las operaciones militares los partes y relatos que publica la prensa periódica; los que solo han visto á nuestras tropas en las maniobras y ejercicios de Columbia y en las paradas y revistas del Malecón, no pueden tener una idea de todo lo que representa, de todo lo que significa y de todo lo que vale nuestro admirable ejército.
Palabra del Dia
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