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Actualizado: 13 de julio de 2025


De aquí que el malacara y el alazán tuvieran fe en el alambrado que iba a construir el hombre. La pareja prosiguió su camino, y momentos después, ante el campo libre que se abría ante ellos, los dos caballos bajaron la cabeza a comer, olvidándose de las vacas. Tarde ya, cuando el sol acababa de entrarse, los dos caballos se acordaron del maíz y emprendieron el regreso.

¡Y lo haremos en grande!... ¡Yo ya me vengo riendo de pensar en las consecuencias de los primeros galopes!... ¿ has andado muy poco a caballo, Ricardo? ¡No he andado en mi vida! Le daremos un caballito manso dijo Baldomero, que en ese momento se había aproximado al break; el malacara de la niña Lola... ése es como ir en coche... ¿Será como ése?...

Durante quince días el alazán había buscado en vano la senda por donde su compañero se escapaba del potrero. El formidable cerco, de capuera desmonte que ha rebrotado inextricable no permitía paso ni aún a la cabeza del caballo. Evidentemente, no era por allí por donde el malacara pasaba. Ahora recorría de nuevo la chacra, trotando inquieto con la cabeza alerta.

En los postes nuevos, obscuros y torcidos, había dos simples alambres de púa, gruesos, tal vez, pero únicamente dos. No obstante su mezquina audacia, la vida constante en chacras había dado a los caballos cierta experiencia en cercados. Observaron atentamente aquello, especialmente los postes. Son de madera de ley observó el malacara. , cernes quemados.

¡Quién dice que juega al «ruano»? ¡No crean!... ¡el «malacara» de este hombre es muy ligero!... ¡«pal» pasto!... Si cuando corre el «overo» de don Lucas uno no sabe, por lo ligero que va, ¡si es que recula!

A ver, Ricardo... ¡salta! El malacara, parado al borde de la zanja, cuya profundidad no llegaba a medio metro, juntó las cuatro patas y a una incitación de su jinete, saltó con él, que se había tomado prolijamente de la cabezada de su montura y que experimentó, después del salto, la grata sensación de conservarse en ella. Ahora ...

Ricardo había tomado posesión del malacara descubriendo en él una condición salvadora: era íntimo amigo del zaino... ¡inseparable! y resolvió no contrariar en lo más mínimo el noble afecto del noble bruto.

¡Ah... no, señor!... cosa muy diferente... el malacara es de paseo... ¡Yo vengo asombrado de la resistencia de su caballo! Y véalo, don Ricardo... ¡mire!... ¡viene «tironeando»!... como al salir...

De esta suerte, a través del zaino y de Ricardo, Melchor gobernaba al malacara, convertido por discreta resolución de su jinete en la sombra del compañero de pesebre, cuyos movimientos seguía con absoluta libertad. Tu... caballo... ... que... es... bueno... dijo Lorenzo a quien el zangoloteo a que el suyo lo obligaba le impedía emitir más de tres sílabas seguidas.

Al honrado malacara, sin embargo, se le ocurrió de pronto que las vacas, atrevidas y astutas, impenitentes invasoras de chacras y del Código Rural, tampoco pasaban la tranquera. Esta tranquera es mala, objetó la vieja madre. ¡El ! Corre los palos con los cuernos. ¿Quién? preguntó el alazán. Todas las vacas volvieron a él la cabeza con sorpresa. ¡El toro, Barigüí!

Palabra del Dia

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