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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Todos nos mirábamos, sorprendidos ante el pintoresco cuadro que en un periquete habia trazado aquel maestro incomparable. «El joven pobre que ha puesto usted en la buhardilla, donde está muy retebién, le figuraría yo un hidalgo de provincias, sin blanca y con malísima estrella.

Todo va mal; diríase que le han alcanzado á Eugenio las maldiciones del suicida. Muy de mañana corre por la casa un mal humor terrible; N ha pasado malísima noche; M se ha levantado indispuesto, y todos son mas agrios que zumo de fruta verde.

Uno de los hypercríticos que junto á el estaban, le dixo en un entre-acto: Hace vm. muy mal en llorar; esa comedianta es malísima, y el que representa con ella peor todavía, y peor la tragedia que los actores: el autor no sabe palabra de arábigo, y ha puesto la escena en la Arabia; sin contar con que es hombre que cree que no hay ideas innatas: mañana le traeré á vm. veinte folletos contra él.

El lunes pasado, justamente el día que murió Velarde, cantó en casa de Alcocer el rondó final de Cereréntola... ¡Chica! En mi vida he oído cosa igual: va a tener un succés asombroso... Conque vístete y vámonos, que no quiero perder el aria final del primer acto... ¡Chica! ¡Qué gran verdad aquella!... Yo me la apropio. Y se puso a cantar con malísima voz y detestable oído el

Esta era la hora de pedirle favores, seguro de alcanzarlos, y esta era la hora también en que Villamelón, arrastrado por un resabio de educación malísima que jamás pudieron quitarle ni su santa madre, ni su dulce esposa, hacía bolitas de miga de pan con la punta de los dedos y las disparaba a las narices de los comensales, con muestras del más cariñoso agasajo y el más tierno regocijo.

De malísima gana también me alejaba yo de aquel rincón oscuro y discreto, donde dejaba mi felicidad. A paso rápido iba salvando las estrechas calles anegadas en sombra, no viendo por encima de mi cabeza más que una banda de azul profundo sembrada de estrellas. Todos los días me condecoraba, esto es, me ponía en el ojal la flor que llevaba en el pecho.

Al principio se difundió tanto la idea de que Juana había llevado su complacencia inmoral hasta ser tercera de su hija, que la llamaban menos para trabajar en las casas principales por el temor de que fuese ella la propia Celestina resucitada y tratara de pervertir a las Melibeas de dichas casas. No obstante, y como ya he dicho, aquella malísima situación se fue poco a poco suavizando.

Tres o cuatro días después de haber regresado a Peñascosa la vio una mañana en la iglesia. Le mandó recado por un monaguillo que deseaba hablar con ella y la esperaba en la sacristía. Fue allá la joven, aunque de malísima gana. El coadjutor se hizo de miel; la trató con extremado cariño; manejó con brío el incensario, sabiendo hasta qué punto era vivo y delicado su amor propio.

Palabra del Dia

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