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No nos consta de qué suerte pudo salvarse. En nuestra historia hay aquí una tenebrosa laguna. Saltemos por cima de ella y volvamos al convento en que el Padre Ambrosio seguía viviendo y ejerciendo sus artes mágicas. Por su virtud, aunque se ignore de qué manera, nadie en el convento había notado la ausencia de Fray Miguel y del hermano Tiburcio.

7 Porque muchos espíritus inmundos, salían de los que los tenían, dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; 8 así que había gran gozo en aquella ciudad. 10 al cual oían todos atentamente, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Esta es la gran virtud de Dios. 11 Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas los había asombrado mucho tiempo.

A la conclusión del drama se nos ofrece un contraste con la primera escena: así como Anastasio hace allí ver, en virtud de sus artes mágicas, el robo de la cruz á los príncipes de Persia, así aquí le muestran los ángeles á Heraclio con cilicio y corona de espinas en la cabeza, llevando en sus hombros el sagrado madero al templo de Jerusalén, y plantándolo en el altar. La devoción de la Cruz.

Por dicha, cesó pronto en el cerebro de Fray Miguel, aquel a modo de mareo. Y, terminada también la serie de conjuros ininteligibles, oyó que el Padre Ambrosio le decía: No es todo alucinación mental lo que acabas de experimentar ahora. En gran parte, es efecto de las palabras mágicas que he pronunciado. Nada sin embargo más natural. No receles artes ni prestigios diabólicos.

Y los marineros de proa contestaban con un grito o un gruñido para dar a entender que no dormían. Tripulantes y pasajeros formaban corrillos en la obscuridad, hablando de los misterios y leyendas del mar, dando nombres y propiedades mágicas a los astros que brillaban entre el cordaje y las velas negras.

Ella era doctora de la Universidad de Melbourne; doctora en música... Jaime, disimulando el asombro que le causaban estas noticias de un mundo lejano, hablaba de él, de su familia, de su país, de las curiosidades de la isla, de la caverna de Artá, trágicamente grandiosa, caótica como una antesala del infierno; de las cuevas del Dragón, con sus bosques de estalactitas luminosas, cual un palacio de hielo, y sus lagos milenarios y dormidos, de cuyo profundo cristal parecía que iban a surgir mágicas desnudeces semejantes a las de las hijas del Rhin que guardaban el tesoro de los Nibelungos.