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Actualizado: 7 de julio de 2025


En la organización de tal cabalgata es seguro que exprimieron su magín los sastres, ayudados, tal vez, por algunos de los más doctos ingenios, logrando ser el asombro de la ciudad.

Basta decir en elogio de la sancta simplicitas de esta señora, que en sus confesiones jamás tenía nada de qué acusarse, pues ni con el pensamiento había pecado nunca; mas como creyera que era muy desairado no ofrecer nada absolutamente ante el tribunal de la penitencia, revolvía su magín buscando algo que pudiera tener siquiera un tufillo de maldad, y se rebañaba la conciencia para sacar unas cosas tan sutiles y sin sustancia, que el capellán se reía para su sotana.

Estos y otros iguales pensamientos, ni más lisonjeros ni menos recelosos, pasaban por la mente del caballero mancebo, durante el coloquio de Cigarral, lo cual leído por la sagacidad escuderil de éste, sin más tardar le habló a su amo de esta manera: Por cierto, señor, que muy mucho agraviáis mi alta capacidad, y en bien poco tenéis mi ingenioso magín, si así os inquietáis por tan poca cosa; dejad penas y sabed que en manos está el son que sabrán a buen tiempo coger el compás.

La mentira y el escondite escénico de su amiga pusiéronla en la situación más crítica del mundo, porque se había hecho a la verdad, y vivía en ella como los peces en el agua. Estaba la pobre señora, con aquellos escrúpulos, como pez a quien sacan de su elemento, y aún le pasó por el magín la pavorosa idea: ¡pecado mortal! En fin que aquello se tenía que concluir.

Menos lo del «bajón» y sus consecuencias, todo lo que mi tío me contaba en esta carta me lo tenía yo bien sabido; y sabía también, por lo que se deducía fácilmente de su anterior y escasa correspondencia con nosotros y lo poco que me había dicho mi padre, que su hermano Celso era un hombre campechano, de escasas letras y excelente corazón, agudo de magín y un tanto marrullero, como buen montañés, y más cuidadoso del cultivo y prosperidad de sus tierras y ganados, que del fomento de su cariño a la familia que le quedaba; dejadez que a ratos tocaba en una indiferencia que parecía rayana del absoluto olvido.

Este matrimonio nos trae al magín un soneto que escribimos, allá por los alegres tiempos de nuestra mocedad, y que, pues la ocasión es tentadora para endilgarlo, ahí va como el caballo de copas: Caséme por mi mal con una indina, fresca como la pera bergamota; trájome suegra y larga familiota y por dote su cara peregrina.

Pues, como yo tengo esto en el magín, me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como fue aquello de la respuesta de la carta, y lo de habrá seis o ocho días, que aún no está en historia; conviene a saber: lo del encanto de mi señora doña Dulcinea, que le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda.

Por eso Juanito no sólo lo decía, sino que parecía como que pensaba, yéndose a pasear solo por aquellos peñascales, y se engañaba a mismo diciéndose: «¡qué pensativo estoy!». Porque estas cosas son muy serias, ¡vaya!, y hay que revolverlas mucho en el magín.

Pero también tuvo que ponerse en plaza y público anfiteatro, pues no faltando quien adivinase las buenas gracias del gozque, los chistes del amo y las retahilas que relataba, todos apremiaron al estropeado para que divirtiese la fiesta, no pudiendo excusarse éste de tanto ruego, ya por la demanda y ganancia que pudiera haber, ya por cierta idea que le bullía en su magín.

Casi casi se aventuró a hacer a su sobrina una maternal caricia; tales eran su gozo y satisfacción. Un pensamiento se le salía del magín a cada instante; pero lo reservaba en la hoja más escondida de su gramática parda. Ni la sombra de este pensamiento dejaba entrever a Fortunata.

Palabra del Dia

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