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Actualizado: 7 de julio de 2025
Algunos recelillos habían arraigado en su magín, tiempo hacía, de que el asunto no caminara, por el lado de Nieves, al paso a que deseaba llevarle él; pero aquellas repugnancias expuestas con tanta entereza y a tales horas, rebasaban mucho de la línea de sus cálculos.
Esta idea de las cosas malas arrojadas infamemente en la riquísima agua de Madrid, con el objeto puro y simple de matar a la gente, cayó en el magín del populacho como la llama en la paja. No ha habido idea que más pronto se propagase ni que más velozmente corriese, ni que más presto fuera elevada a artículo de fe. ¿Cómo no, si era el absurdo mismo?
No, sino que él llevaba grabada en el magín, como única apetecible y codiciable, la que realmente deseaba. Entretanto, la maquiavélica Cristeta estaba solita en su modesto albergue de la calle de Don Pedro, diciéndose: «Hoy me andará buscando.» Martes. Hermoso día de otoño, aunque algo fresco.
No falta tampoco el idiota de la aldea, magín descompuesto, candidato de pillos, víctima de las bromas aldeanas, enloquecido con ideas sobre filantropía, abriendo la boca de admiración y pestañeando con un ojo que sufre de perlesía intermitente, mientras la pupila del otro se le sale como el carozo de un durazno prisco.
-Si no, ¿qué crees? -le preguntó don Quijote. -Creo -respondió Sancho- que aquel Merlín, o aquellos encantadores que encantaron a toda la chusma que vuestra merced dice que ha visto y comunicado allá bajo, le encajaron en el magín o la memoria toda esa máquina que nos ha contado, y todo aquello que por contar le queda.
Todos miraban al cantor, no viendo en él al atlot, perezoso y enfermo, despreciable por su inutilidad para el trabajo. En el rudimentario magín de todos ellos latía algo confuso que les impulsaba a respetar las palabras y quejidos del mozo débil. Era algo extraordinario que parecía pasar con rudo batir de alas sobre sus almas primitivas.
Por esta parte bien podía estar tranquilo el bueno de Rubín, porque ni una sola vez, en los momentos de mayor fervor piadoso, le pasó a la pecadora por el magín la idea de volverse santa a machamartillo.
La «partida grande» era un grupo de vendedores de voz de trompeta, que sabían sacarse del magín atractivos pregones: la aristocracia del oficio, ocupada únicamente en lanzar periódicos nuevos y ofrecer libros faltos de compradores, con enorme rebaja... El señor Manolo, después de larga reflexión, informaba a sus amigos sobre el paradero de la tal partida.
Tornó a rechazarla por medio de un sin número de juiciosas reflexiones. A los pocos días volvió a colársele en el magín más risueña y deslumbradora que antes. Trabose entonces una verdadera batalla en el ánimo de nuestro indiano, de cuyas resultas andaba inquieto, silencioso y desvelado, sin ganas de comer, vagando por los caminos hasta bien entrada la noche.
Era, como don Quijote, razonable, sensato para todo, menos para aquella maldita manía oratoria que hacía en su cerebro oficio de libros de caballería, llenándole el magín de extravagancias y ambiciones. ¿Conque se dice que hablaré? Sí, señor. Se da por seguro. Y, a propósito, voy a permitirme decir a Vd. que acerca de la materia del debate hay aquí datos importantes.
Palabra del Dia
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