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Actualizado: 7 de julio de 2025


Pero cuando estuvo solo se lloró a mismo su desgracia. ¡Y ahora que había vuelto a verla! ¡Cómo, cómo la había querido siempre, él que creía no acordarse más! ¡Y acabado! ¡Pum, pum, pum! repetía sin darse cuenta, con la costumbre del chico. ¡Pum! ¡todo concluído! De golpe: ¿Y si no me hubiera visto?... ¡Claro! ¡pero claro!

Por tanto, quiero poner aquí una carta que me escribió un compañero mío, á quien lloro y reverencio á un tiempo, el cual, con otros cuarenta y tres de la Compañía que conducía á la provincia de Quito, su procurador general Padre Nicolás de la Puente, por impenetrables consejos de Dios, se ahogó en el navío Caballo Marino que se fué á pique el año de 1717.

Adios, de nuevo os digo, sueños encantadores, Dejad en mis oidos de susurrar amores, Que aunque soñar es dulce, muy triste es despertar: Posaos sobre la almohada de la mujer que adoro, Llevadle algunas gotas de mi amoroso lloro, Para que en medio al sueño me pueda recordar!

Viéndose ya en posición desahogada pensó en casarse; pero en aquella misma sazón su prometida comenzó a padecer de la vista y en poco tiempo quedó ciega por atrofia del nervio óptico, enfermedad incurable. ¡Cuánto lloró aquella buena y hermosa joven!

Lloró con los ojos cerrados. La vida volvía entre aquellas olas de lágrimas. Oyó la campana de un reloj de la casa. Era la hora de una medicina. Era aquella tarde el encargado de dársela Quintanar y no aparecía. Ana esperó. No quiso llamar y se inclinó hacia la mesilla de noche. Sobre un libro de pasta verde estaba un vaso. Lo tomó y bebió.

El siguiente dia lloráron ménos, y comiéron juntos. Fióle Cador que le habia dexado su amigo la mayor parte de su caudal, y le dió á entender que su mayor dicha seria poder partirle con ella. Lloró con esto la dama, enojóse, y se apaciguó luego; y como la cena fué mas larga que la comida, habláron ámbos con mas confianza.

Si usted ha errado, las intenciones que la condujeron al error la hacen más merecedora de perdón que a cualquier otro. Usted que se siento indigna del perdón lo ha esperado, lo espera...» «No aquí» fue su respuesta. Y lloró. ¡Ella no!

Buena será ella continuó la severa maestra de Amiga, enardeciéndose cada vez más cuando fue la única en el pueblo que no veló en su última enfermedad a la tía María, que tanto la había querido, y tanto había hecho por ella; la única que faltó a su entierro; la única que por ella no rezó en la iglesia ni lloró por ella en el campo santo.

Hacía pocos días había regalado al capellán una colcha de crochet que era una verdadera maravilla de trabajo pacienzudo y habilidoso. Por cierto que la viuda, al verla sobre la cama del clérigo, experimentó un vivo disgusto y lloró muchas lágrimas en secreto.

Cayó toda la opinión 155 Y nobleza que he tenido. No es de los hombres llorar; Pero lloro un hijo mío Que está en Flandes, de quien fío Que me supiera vengar. 160 Siendo hombre, llorar me agrada; Porque los viejos, María, Somos niños desde el día Que nos quitamos la espada. DO

Palabra del Dia

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