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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Algunos minutos después, Huberto llegaba de frac, como era su costumbre. Aun en la intimidad de aquellas comidas de familia, no se desprendía de las formas convencionales de los centros mundanos. El molde de impecabilidad social que se había impuesto, le había hecho perder el sentido íntimo y familiar de la existencia.
No sabía explicarse por qué oculta relación de las cosas la velocidad de la máquina le decía: «apresúrate, ven, que hay novedades». Pero luego llegaba y no había novedad ninguna, como no fuera que aquel día soplaba el viento con más fuerza.
Recobró el roder poco a poco su confianza en el diputado. Esperaría; pero un mes nada más. Si después de este plazo no llegaba el indulto, no escribiría, no molestaría más.
En esto, llegaba ya la noche, y, al cerrar della, llegó a la venta un coche, con algunos hombres de a caballo. Pidieron posada; a quien la ventera respondió que no había en toda la venta un palmo desocupado. -Pues, aunque eso sea -dijo uno de los de a caballo que habían entrado-, no ha de faltar para el señor oidor que aquí viene.
La imagen del héroe paterno surgía ahora en su memoria con los ojos bondadosos y una sonrisa que parecía agitar como un viento dulce el bosque de sus barbas. Le diría toda la verdad. Le haría saber que llegaba á Nápoles para llevárselo, como un buen camarada que socorre á otro en un peligro. Tal vez se irritase y le diese un golpe; pero él conseguiría su propósito.
No me lo diga usted dos veces... Está a su disposición... ¡vaya una alhaja! ¿Sí? Pues me lo llevo... mire usted que yo soy una urraca.... Y sí que era una urraca, como que así la llamaba doña Paula: la urraca ladrona. Donde hacía estragos era en los comestibles. Llegaba a casa de una vecina riendo a carcajadas. ¿Sabes lo que me pasa?
No conocía la abundancia, pero tampoco las angustias y estrecheces de antes. Era el bienestar que llegaba; pero ¡cuán tardo! ¡y qué insípido le parecía!... Caminó por una acera junto a la cual serpenteaba un arroyo. Miraba distraídamente los rótulos de las puertas.
Pedro Valdivieso refería que el mismo don Felipe acababa de traer a su hijo, en nombre de Su Majestad, el nombramiento de Regidor. Cuatro lacayos entraron en la sala con ocho candelabros encendidos y un momento después llegaba el dueño de casa con algunos señores. Doncellas y galanes se levantaron.
Dime, Anselmo, si el cielo, o la suerte buena, te hubiera hecho señor y legítimo posesor de un finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos cuantos lapidarios le viesen, y que todos a una voz y de común parecer dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto se podía estender la naturaleza de tal piedra, y tú mesmo lo creyeses así, sin saber otra cosa en contrario, ¿sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamante, y ponerle entre un ayunque y un martillo, y allí, a pura fuerza de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen?
De lo que podía envanecerse era del pelo, tan rubio, fino y abundante, tanto y tan largo, que sentada para peinarse le llegaba al suelo, envolviéndola en un manto de oro.
Palabra del Dia
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