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Actualizado: 12 de julio de 2025


Un poco se sobrecogió porque aquellos cafres no se distinguían por un respeto exagerado al clero y la nobleza. Por eso al pasar dijo en alta voz y muy finamente: Buenas noches nos Dios. Algunas risotadas indecentes fueron la única respuesta á tan cortés saludo. D. Lesmes quedó acortado, pero dijo para su capote: «Menos malo si paso con esto». Pero no pasó.

Pero lo que no puede dudarse es que D. Lesmes quedó en aquel instante tan profundamente convencido de ello que se puso serio de repente, dejó escapar un suspiro y acariciando con su mano temblorosa el cuello de la jaca exclamó: ¡Ay, Florita, qué hermosa... qué hermosa eres!... ¿Estarás muchos días en Entralgo? Algunos todavía.

Dice su sobrino que una de estas noches, sintiendo demasiado calor en la cama, se salió al corredor y se estuvo allí un rato en mangas de camisa... ¡Ya ve usted qué imprudencia! replicó D. Lesmes reponiéndose instantáneamente, porque era hombre avisado y corrido.

Como su resplandor era demasiado intenso, el capitán en vez de bajar por medio del prado á Entralgo prefirió seguir la calzada estrecha que lo rodeaba sombreada de avellanos y castaños. Por ella caminaba tranquilo y alegre cuando delante de él se apareció de improviso D. Lesmes caballero en su briosa jaca.

Justamente en aquel instante fué cuando apareció en la esfoyaza D. Lesmes, el apuesto capellán de Iguanzo. Pasaba de Villoria, oyó la algazara y se apeó para disfrutar de ella algunos momentos. Y en cuanto entró sin más preámbulos se sentó al par de Flora y comenzó en voz baja á requebrarla, sin darle un comino por Jacinto que se hallaba del otro lado.

¡Así Dios me mate si no es D. Lesmes! dijo para D. Félix reconociendo, en el colmo de la sorpresa y la indignación, al capellán de Iguanzo. Tan inesperado desenlace le llenó de despecho; porque en aquel momento no le hubiera pesado de andar á tiros. Se creyó en ridículo y desairado. Además encontraba altamente ofensiva para él la conducta de aquel sujeto.

Desde este punto estratégico situado en el centro del concejo, D. Lesmes hacía constantes correrías por todo él, dejando á los hombres, pero no perdonando hembra alguna, ni por fea ni por vieja. Nadie conoció jamás un caballo de tan buena boca. Si se pudiesen poner en ristra las víctimas de sus hechizos, impondrían terror por la calidad tanto como por la cantidad.

Palabra del Dia

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