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Nadie diría que detrás de este rostro imponente y marcial, se ocultaba un espíritu fino y sensible como el de una damisela, y que debajo de la cruz laureada de San Fernando, ganada por un acto de arrojo que asombró a la nación, latía un corazón de paloma. Nada más cierto, sin embargo.

Sus fieles soldados cavando su fosa Cubrirán de tierra con mano piadosa La frente laureada que el mundo admiró. «Al pié de su tumba que calle la envidia! Su espíritu noble preside á la lidia Que aun arde en nosotros su llama inmortal. Apóstol y mártir su pueblo le nombra, Y grande y serena su pálida sombra De dulce esperanza levanta el fanal.

El brigadier Rivera, que ostentaba en su pecho los días de besamanos la cruz laureada de San Fernando, gemía en una esclavitud insoportable.

¡Venid, venid, cobardes! decía don César trasportado también por el furor . Venid a aprender a pelear... ¿Veis cómo se bate un oficial carlista?... ¿Veis cómo vale por cincuenta republicanos?... Contad mañana vuestra hazaña al general Bum Bum que os ha enviado... ¡Que os den la cruz laureada, valientes! ¡Allá va ese tiro por don Carlos!... Ya que lleváis una niña presa, bravos soldados de la república... Allá va ese otro por doña Margarita... ¿Te ha sabido mal la peladilla, muchacho?... ¡Oh, me alegro que ya estéis aquí! ¡Viva Carlos...!

«De lo alto del pirámide sagrado «Libertad! por tres veces ha clamado «El arcángel de Dios. «En su cumbre despues de esta cruzada «La bandera argentina laureada «Pondremos con honorViva la Patria! Viva! Guerra al tirano! guerra! Por todo el llano y sierra Se siente retumbar. Tres mil libertadores Por la cruz de su espada A la Patria adorada Juraron libertar.

Los restos del interés, que mueve la primera tragedia de Nise lastimosa, desaparecen enteramente en la segunda, titulada, como ya hemos dicho, Nise laureada, puesto que su argumento, incompatible con la acción dramática, y reducido á la expiación de los asesinos de Inés, se desenvuelve deplorablemente en cinco largos actos.

Verdaderamente, era para ella una desgracia llamarse Albornoz, porque de ser su nombre menos ilustre, hubiera corrido a la capital del antiguo reino de los Esteban y Vladimiros a disputar el premio de la hermosura a Cornelia Szekely, la húngara laureada.