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Mesía estaba hermoso; se notaba mejor que nunca la esbeltez y armonía de sus formas de buen mozo elegante; en su rostro correcto los vapores de la gula no imprimían groseras tintas, sino cierta espiritualidad entre melancólica y lasciva; se veía al hombre del vicio, pero sacerdote, no víctima: dominaba él a su borrachera, morigerada, señoril, discreta.

Acercándose, con celoso respeto, púsose a rasurar a la hermosa morisca, según el uso de Oriente. En ese instante, por encima de sus sentidos ávidos, Ramiro escuchó en su conciencia un grito de indignación ante aquella práctica lasciva de los baños y aquel culto libidinoso de la propia carne.

Toda la inocencia de sus ojos, toda la pureza de sus contornos virginales se borraba bajo el poder de aquella llama maliciosa y lasciva, transformándola en un ser distinto, fiero y voluptuoso al mismo tiempo, bien lejano por cierto del verdadero. Ricardo lo comprendió y le dijo: No; este color no te conviene... Vente a este otro... Y la puso debajo de un rayo de luz verde.

Según el estado de su ánimo y la índole de la conquista que trama, don Juan lee mucho, y siempre cosas o casos de amor. Conoce perfectamente la literatura amatoria, desde la más espiritualista, casta y platónica, hasta la más carnal, pecadora y lasciva.

Junto a Granada, sobre el Genil, decíale, tenía una casa toda blanca como su cuerpo, con una puertecita roja para él, sólo para él; y reía con una risa servil, lasciva, y cuasi llorosa. Cierta vez, al acompañarle hasta la ventana, Gulinar, la vieja morisca, le manifestó que una genia, surgida del agua de la alberca, le había revelado lo que pasaba por él.

La enlacé estrechamente y la imaginación debió traerme, como una brisa en aquel momento, el suave perfume de Fernanda. Blanca reclinó su mejilla sobre mi hombro, el muelle contacto de sus senos estremeció mi pecho, tomele la mano con fuerza y rodeando su talle flexible y admirable, la danza lasciva nos arrebató en su torbellino.

El tambor ha cambiado ligeramente el ritmo, y bajo él, los presentes que no bailan entonan una melopea lasciva. Las mujeres se colocan frente a los hombres y cada pareja empieza a hacer contorsiones lúbricas, movimientos ondeantes, en los que la cabeza queda inmóvil, mientras las caderas, casi dislocadas, culebrean sin cesar.

Yo soy el amante de una loca lasciva... de una enferma que tiene derecho a mis caricias; pero un derecho que no es como el tuyo; como el tuyo, que no reconocen los hombres, pero que a me parece el más fuerte, aunque sutil, invisible. Tu derecho... y el mío. El de mi alma cansada.