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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Todos los de aquel pueblo de la Marina estaban unidos por largos siglos de existencia aislada y peligros comunes. La tripulación, desde el primer maquinista á los últimos marineros, se mostraba igualmente familiar en su respeto. Unos eran de la misma tierra del capitán, otros habían navegado largamente á sus órdenes.

Era un magnífico provenzal, rubio, con largos cabellos de puntas rizadas y una barbita corta y primeriza que parecía formada por vedijas de metal fino desprendidas por el buril de su padre, el escultor en oro.

Durante largos cinco minutos permaneció dominada por la emoción y sin poder articular una palabra. Al fin, en una voz baja, enronquecida, dijo: No lo que pensará usted de , señor Greenwood. Estoy avergonzada de misma, y de la manera cómo lo he engañado. Mi única disculpa puede concentrarse en estas dos palabras: era imperativo.

Los pobres muchachos que ahora visten la sotana soñando con la mitra me causan el efecto de esos emigrantes que marchan a países lejanos, famosos por largos siglos de explotación, y los encuentran más esquilmados aún que su propio país. Tiene usted razón, Gabriel; la época de la Iglesia dominante pasó ya.

Cuando están cuajados se retiran y dejan enfriar; se quita el molde pequeño, y el hueco se rellena con un revuelto de huevos, trufas picadas y queso de Parma rallado; se saca del molde, adornando la fuente con picatostes largos y el adorno que más guste.

Otro de los comensales era un señor de patillas blancas, rostro atezado y expresivo, que me dijeron era alcalde de uno de los pueblos de la provincia, no recuerdo cuál: se llamaba Cueto. Otro un jovencito rubio, estudiante de Derecho. Otro, por fin, un catalán de rostro anguloso y escuálido, ojos saltones y bigotes largos y caídos como un chino, a quien llamaban Llagostera.

Durante sus largos rezos nocturnos comenzó á tener extrañas alucinaciones.

Ella había pensado a menudo, bien que fuera con una idea de renunciamiento, que un traje de novia para ser perfecto debía ser de algodón blanco, sembrado a largos trechos con florecitas rosadas minúsculas. Así es que cuando la señora Godfrey Cass le quiso dar uno y le pidió que eligiera, Eppie estaba preparada por una reflexión anterior para dar sin hesitación una respuesta decisiva.

El aullido continuó sonando a largos intervalos, y cada vez que su ronca estridencia cortaba el silencio, Febrer se estremecía de impaciencia y de cólera. «¡Cristo! ¿Iba a pasar así la noche, desvelado por esta serenata amenazadora?...»

¡Ah! dijo. Allí está Rubín con los caballos. También los había visto el pajecillo, cuyos rubios y largos cabellos rizados rodeaban el gracioso rostro. Cabalgaba alegremente, llevando de la brida el blanco palafrén causa involuntaria de las aventuras de su dueña. ¡Os he buscado en vano por todas partes, mi señora Doña Constanza! gritó agitando en el aire la emplumada gorra.

Palabra del Dia

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