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Actualizado: 7 de junio de 2025


La ilustrada reina, aun rindiendo homenaje al mayor celo, con que los eruditos se dedicaban al cultivo creciente del idioma del Lacio, no omitió medio ni diligencia para fomentar el de la lengua patria. Y como el reino de Aragón no constituyó ya un estado independiente, el dialecto castellano consiguió decidida supremacía sobre los demás de la Península.

Comenzó yendo a verla una vez por semana, como periódico de modas o entrega de novelón patibulario; luego cada tres días, cual si su amor fuese terciana, y acabó visitándola casi diariamente; no siendo lo lastimoso que menudeara las visitas, sino que entre el desasosiego que las precedía y lo desmazalado y lacio que solían dejarle, ni fuerza le quedaba en la lengua para humedecer un sello.

La poltrona parecía venirle demasiado grande; acurrucado en el borde del asiento, las piernas endebles recogidas, de bruces sobre la mesa, tan pegada la cara al papel, que debía ser miope, y no gastaba anteojos, sin embargo... Su cabeza era vulgar, de pelo lacio y aceitoso, salpicado de canas, lo mismo que la barba enmarañada, amarillenta por la falta de aseo o el incienso continuo del tabaco; llevaba la solapa de la levita y los hombros, espolvoreados de caspa, y las uñas muy largas, ribeteadas de negro.

Se me figura ver en ellos a los héroes de Atenas y del Lacio. »Amigo mío, si no recuerdo mal, la señora condesa dijo hace un momento que usted debía sus rápidos adelantamientos en la carrera de las armas a su propio mérito, pues sin el favor de nadie ha adquirido un honroso puesto en la milicia. ¡Oh, caballero!, usted me interesa vivamente, usted será mi amigo, quiéralo o no.

Tenía unos ojos grises, grandes, crédulos, de cordero sencillo y retozón: el pelo lacio, de un rubio blanquecino, colgaba en desmayadas mechas sobre la cara tostada y rojiza, sembrada de pecas.

Si á cualquiera, y sólo por la apariencia, se le preguntase la edad que puede tener, se vería muy embarazado para contestar; á tal punto parece indefinida y vaga. Su rostro, aunque sin frescura, es juvenil, y el cabello, lacio y sedoso, todavía no ofrece entre sus negras hebras ni una sola blanca.

Bajo la frente que asomaba como un triángulo de fina blancura entre los mechones del cabello lacio, los hermosos ojos verdes de Raquel brillaban de indignación. Y en el tono de sus palabras había un deseo doloroso de hacerle sentir la maldad de su acción. Pero Adriana miró a Raquel con una sonrisa dulce y como sorprendida. No vale la pena de pelear por un presumido como Castilla.

De igual modo los ostrogodos y longobardos reían cuando los filósofos y retóricos del Lacio pretendían doctrinarlos. Pero no es menos cierto que vuestra alegría inocente me alegra y que ruego de todo corazón á los dioses para que la prosperidad que hoy celebrais sea tan próspera como apetezco.

Palabra del Dia

irrascible

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